‘Thunderbolts*’: un grupo de fracasados para dar aliento a Marvel

En Viuda negra (2021) conocimos el pasado de Natasha Romanoff, la Viuda negra de Los Vengadores interpretada por Scarlett Johansson. Aquella superproducción era una hábil mezcla de acción y drama familiar en la que surgía, con igual fuerza que su principal heroína, su hermana pequeña, una fría mercenaria llamada Yelena Belova, en la piel de la actriz británica Florence Pugh. Este personaje, marcado por el trauma de una infancia solitaria y violenta, resurge ahora como la defectuosa líder de una banda de superhéroes fracasados en la nueva (y muy distinta) propuesta de Marvel: Thunderbolts*.

Después de significativos cambios y retrasos como consecuencia de los últimos conflictos laborales de Hollywood, Thunderbolts* (sí, con asterisco) aterriza en las horas más bajas de Marvel Studios con una película que presenta, con estimulantes dosis de autoparodia, la aventura de un grupo de superhéroes de segunda que se ven atrapados en la trampa de la pérfida directora de la CIA Valentina Allegra de Fontaine, que, acosada por una investigación del Congreso, interpreta (con su habitual gracia) Julia Louis-Dreyfus (Seinfeld). El grupo incluye a la dura Belova y a otros perdedores, como su padre, el Guardián Rojo (David Harbour); Bucky Barnes, o Soldado de Invierno (Sebastian Stan), la escurridiza Fantasma (Hannah John-Kamen) y el Capitán América Jonathan Walker (Wyatt Russell). Una banda de solitarios, enemigos sin mucha nobleza, unidos por una causa común.

El director, Jake Schreier, opta por un tono de comedia que se echaba de menos y al que habían renunciado estas producciones multimillonarias. Y lo hace, además, con un tema de fondo pantanoso: el trauma y sus sombras. El personaje que completa a esta accidentada cuadrilla de antihéroes es Bob, un superhéroe raro (Sentry) que a la vez es un supervillano que lidia con la noción de vacío. Su pelo es rubio, su traje (¿en un velado guiño a Trump?) es naranja y su superpoder es su sombra, ligada a sus problemas de autoestima. Una nube negra que ataca y encierra en su lado oscuro a todo lo que toca, una marea que tiñe con una misteriosa capa de humo negro las calles de Manhattan hasta fundir en negro la ciudad. Este extraño personaje da pie a una estampa de efectos digitales más conceptuales, que resultan más sobrios e interesantes.

Tras más de una década de hegemonía, el llamado Universo Cinematográfico de Marvel lleva tiempo mostrando signos de agotamiento incluso para sus fieles, pero el giro (cómico, fraternal) que propone esta nueva entrega —coral y sin grandes egos, pero con una Florence Pugh brillante, muy segura al mando— podría darle nuevo aliento a la franquicia gracias a una historia en la que la debilidad humana se erige como inesperado superpoder.