Mathieu, el futbolista que trabaja

Wojciech Tomasz Szczęsny, mito de nuevo cuño del barcelonismo, no es el primer jugador culé que fuma y que lo admite sin rubor. Hace 13 años, el Camp Nou dio la bienvenida a un defensa desgarbado, algo pálido y con cierta indolencia para iniciar el juego desde atrás. Llegó de Valencia, previo pago de 20 millones de euros, con aura de muro infranqueable, pero terminó engullido por las arenas movedizas del banquillo de Luis Enrique. Un día, un periódico publicó una foto de Jeremy Mathieu sacándose monedas del bolsillo y comprando en una gasolinera una cajetilla de Marlboro. Ya no es que fumase, el tipo no tenía ningún problema en ir personalmente a la máquina a buscar su tabaco, como cualquiera con ganas de unas caladas después de comer. Diez años después, una Champions y casi ninguna noticia del defensa, otra foto, casi tan insólita para un futbolista de élite, ha dado la vuelta al mundo: Mathieu trabajando.

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 La imagen del exjugador del Barça y Valencia como empleado de una tienda de deportes en Marsella despierta una extraña curiosidad entre los aficionados, nada acostumbrados a que un futbolista de élite se busque la vida tras colgar las botas  

gallina de piel
Opinión

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La imagen del exjugador del Barça y Valencia como empleado de una tienda de deportes en Marsella despierta una extraña curiosidad entre los aficionados, nada acostumbrados a que un futbolista de élite se busque la vida tras colgar las botas

Jeremy Mathieu, durante un partido de Liga entre el FC Barcelona y el Deportivo de La Coruña el pasado 15 de octubre de 2016.
Daniel Verdú

Wojciech Tomasz Szczęsny, mito de nuevo cuño del barcelonismo, no es el primer jugador culé que fuma y que lo admite sin rubor. Hace 13 años, el Camp Nou dio la bienvenida a un defensa desgarbado, algo pálido y con cierta indolencia para iniciar el juego desde atrás. Llegó de Valencia, previo pago de 20 millones de euros, con aura de muro infranqueable, pero terminó engullido por las arenas movedizas del banquillo de Luis Enrique. Un día, un periódico publicó una foto de Jeremy Mathieu sacándose monedas del bolsillo y comprando en una gasolinera una cajetilla de Marlboro. Ya no es que fumase, el tipo no tenía ningún problema en ir personalmente a la máquina a buscar su tabaco, como cualquiera con ganas de unas caladas después de comer. Diez años después, una Champions y casi ninguna noticia del defensa, otra foto, casi tan insólita para un futbolista de élite, ha dado la vuelta al mundo: Mathieu trabajando.

Un aficionado francés dio la alarma este fin de semana. Mathieu, que se crió en el bar que regentaban sus padres en Froideconche, un pueblo de 1.700 habitantes, se gana la vida ahora en una tienda de deportes. Antes era algo habitual que los futbolistas tuviesen un empleo después de la competición, es verdad. Charlie Reixach regentaba una tienda estupenda en la calle Calvet de Barcelona a la que iba una hora y media y después se largaba con los amigos, contaba. Mi madre le compró un coche a Urruti, propietario de un concesionario de Lancia. Yo tenía cinco años y se decantó por esta marca porque nos hacía ilusión conocerle. Mathieu, sin embargo, no es el dueño de la tienda. Es un currante en la sección de fútbol de una franquicia de Intersport de las afueras de Marsella donde, aparentemente, busca tallas y aconseja sobre la ropa ideal a los clientes.

Cuando se conoció la noticia, muchos seguidores salieron de su casa dispuestos a confrontar sus recuerdos con el presente. Una parte de aquel interés buscaba retratar al mito, cazar el selfie. La otra, seguramente, consolarse pensando que la vida de un futbolista puede ser tan frágil como la suya. Uno pasa de ganar la Champions con el Barça, a llevar un chaleco azul con su nombre de pila en el pecho: Jérémy. La vida después del fútbol es un secreto: retirarse a los treintaypico y estar obligado a hacer algo más allá de entregarse a los placeres que la severa dieta deportiva restringieron. A Mathieu, un defensa al que le daba igual jugar de central que de lateral, se la trae al pairo. Nunca le importó reconvertirse.

El mundo laboral está fatal. Y Mathieu, señalan las informaciones publicadas por el respetable L’Équipe, está en periodo de prueba en Intersport (al Barça le hubiera venido bien aplicar ese requisito cuando Luis Enrique pensó que era Cafú). Sus allegados aseguran que no necesita trabajar. Se está sacando el título de entrenador y quería echar unas horas mientras llega el diploma. En el Barça ganaba 5,81 millones brutos por temporada. En el Sporting, su último club, fueron unos dos millones. Más allá del tabaco, no se le conocían otros vicios. Y resulta imposible inhalar 15 millones de euros en cajetillas. Eso sí, quizá mejor trabajar en una tienda que abrasar con un podcast de entrevistas a excompañeros o pontificar desde una silla de streamer.

Zurdo, buen porte (1,89 metros) y potente con el balón, Mathieu está en condiciones de presumir estos días con sus compañeros de curro de haber jugado con Leo Messi y de haber marcado 41 goles. Uno de ellos, puede decirles mientras tomen café en la pausa o se fuma un merecido piti en la escalera de incendios, fue un golazo al Real Madrid: de cabeza, a pase de Neymar y clave para que el Barça ganara la Liga de su último triplete. Para colmo del vacile, puede contarles en el afterwork del barrio que jugó un Mundial de Clubes y lo ganó, o que fue convocado con la selección francesa cinco veces y renunció porque quería dejar paso a los jóvenes. A mí con eso ya me hubiera vendido media tienda.

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Sobre la firma

Daniel Verdú

Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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