Lo de profanar tumbas para conseguir cadáveres no solo fue una práctica que se dio en Inglaterra durante el siglo XIX, sino que también se extendió a otros rincones. Sin ir más lejos, en España, a principios del siglo pasado todavía era algo habitual lo de comprar cadáveres a los llamados “resucitadores” para que pudieran ser estudiados en las escuelas de medicina.
En su último trabajo, Servando Rocha nos va sumergiendo en una lectura apasionante para todas aquellas personas a la que les guste curiosear en la historia científica
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En su último trabajo, Servando Rocha nos va sumergiendo en una lectura apasionante para todas aquellas personas a la que les guste curiosear en la historia científica


Lo de profanar tumbas para conseguir cadáveres no solo fue una práctica que se dio en Inglaterra durante el siglo XIX, sino que también se extendió a otros rincones. Sin ir más lejos, en España, a principios del siglo pasado todavía era algo habitual lo de comprar cadáveres a los llamados “resucitadores” para que pudieran ser estudiados en las escuelas de medicina.
Así lo cuenta Servando Rocha en su último trabajo, un estudio psicogeográfico del Madrid de entonces titulado De fuego cercada (Alianza). A partir de la figura del oftalmólogo José Ribalta Camós, que desapareció en 1916 sin dejar rastro, Servando Rocha va reconstruyendo una ciudad, su paisaje y su paisanaje y, lo más importante aún, todo lo que subyace bajo el pavimento. Es un ensayo narrativo donde la ciencia juega un papel determinante desde las primeras páginas, en las que se nos cuenta cómo, en la antigua Facultad de Medicina de San Carlos, se realizaba la disección a un cadáver.
El escritor y pintor Gutiérrez-Solana visitó el lugar en aquella época y escribe y describe, con cierto gusto macabro, las cabezas cortadas en barreños cubiertos de hielo; el resto de los cuerpos, brazos, piernas, manos y demás, quedaban amontonados a un lado de la pared a la espera de ser retirados. Según sigue contando Gutiérrez-Solana, aquella montonera de restos “despedía un olor de putrefacción que daba náuseas, esperando ser cargada en un carro y llevada al cementerio del Este”. Se trata de una pieza narrativa cercana al “gore” y contenida en la colección de “vidas ejemplares” que lleva por título: Madrid, escenas y costumbres (Renacimiento).
Con estas cosas truculentas, pero que no por ello dejan de ser reales, Servando Rocha nos va sumergiendo en una lectura apasionante para todas aquellas personas que les guste curiosear en la historia científica. Por ejemplo, al ser el protagonista del relato un oftalmólogo, no faltan detalles acerca de las intervenciones de ojos y de las prótesis, llevándonos hasta la Alemania de mediados del siglo XIX donde el soplador de vidrio Ludwig Müller Uri, en colaboración con su sobrino, logró crear uno de los mejores ojos artificiales de su época. Lo consiguió con criolita, un mineral que es lo más parecido a un trozo de hielo y que da origen a un vidrio de alta calidad y muy apropiado como prótesis ocular debido a su resistencia al desgaste.
Pero el asunto no acaba aquí, pues, por las simetrías y desarreglos que tiene el azar, el oftalmólogo José Ribalta sufrirá lo que antiguamente se conocía como gota serena y que hoy se denomina glaucoma, una afección del nervio óptico ocasionada por un aumento de la presión y que trae consigo la ceguera sin señales exteriores ni tampoco lesiones que la indiquen.
A partir de este material, empastado con el peregrinaje a través de los distintos ambientes urbanos, Servando Rocha traza una deriva psicogeográfica en la que nos va a instruir acerca de los conocimientos científicos de la época en materia ocular y, sobre todo, en la práctica de la medicina, cuando Madrid todavía era un poblachón manchego rodeado de cementerios y el hambre provocaba oficios tan siniestros como el de profanar tumbas.
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Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como ‘Sed de champán’, ‘Pólvora negra’ o ‘Carne de sirena’.
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