El espacio, el otro campo de batalla entre China y Estados Unidos

Dos horas y cincuenta y un minutos antes del despegue, los tres astronautas chinos desfilan ante cientos de personas. Vestidos con trajes espaciales, se cuadran con un saludo militar. La multitud agita los banderines rojos con cinco estrellas y entona un conocido himno patriótico al ritmo de una orquesta: “¡Cantamos a nuestra querida patria, que desde hoy avanza hacia la prosperidad y la fortaleza!”. Un cartel anima a “aprender de los astronautas”. En otros se lee: “La patria y el pueblo esperan que volváis con éxito”. “Nuestra travesía se dirige hacia el cielo de las estrellas y el vasto océano”, dice uno más. Las tres figuras blancas se suben a una furgoneta y saludan por última vez. Arrancan. El cohete del tipo Larga Marcha 2F, que propulsará la nave tripulada Shenzhou-20, los espera en la plataforma de lanzamiento de la histórica base de lanzamiento de Jiuquan, en pleno desierto del Gobi, en el oeste de China. “¡Soy feliz!“, dice un niño que ha venido desde Shanghái, a más de 2.000 kilómetros. Lleva la pañoleta de los jóvenes pioneros al cuello; su madre, una pegatina con la bandera china en la mejilla.

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 EL PAÍS visita la hermética base china de lanzamiento de cohetes en el desierto del Gobi, en plena carrera espacial para volver a poner a un ser humano en la Luna  

Dos horas y cincuenta y un minutos antes del despegue, los tres astronautas chinos desfilan ante cientos de personas. Vestidos con trajes espaciales, se cuadran con un saludo militar. La multitud agita los banderines rojos con cinco estrellas y entona un conocido himno patriótico al ritmo de una orquesta: “¡Cantamos a nuestra querida patria, que desde hoy avanza hacia la prosperidad y la fortaleza!”. Un cartel anima a “aprender de los astronautas”. En otros se lee: “La patria y el pueblo esperan que volváis con éxito”. “Nuestra travesía se dirige hacia el cielo de las estrellas y el vasto océano”, dice uno más. Las tres figuras blancas se suben a una furgoneta y saludan por última vez. Arrancan. El cohete del tipo Larga Marcha 2F, que propulsará la nave tripulada Shenzhou-20, los espera en la plataforma de lanzamiento de la histórica base de lanzamiento de Jiuquan, en pleno desierto del Gobi, en el oeste de China. “¡Soy feliz!“, dice un niño que ha venido desde Shanghái, a más de 2.000 kilómetros. Lleva la pañoleta de los jóvenes pioneros al cuello; su madre, una pegatina con la bandera china en la mejilla.

Es jueves 24 de abril, China está a punto de ejecutar el 35º vuelo de su programa espacial tripulado. Los tres taikonautas (palabra que viene de taikong, que significa cosmos en chino) tienen previsto despegar hacia la estación espacial Tiangong, una de las joyas del programa estelar de la República Popular, y uno de los mejores ejemplos de los rápidos avances del gigante asiático en la carrera espacial, que han puesto en guardia a la gran potencia, Estados Unidos. Mientras, el Gobierno de Donald Trump amenaza con recortar a la mitad el presupuesto de ciencia de la agencia espacial estadounidense, la NASA.

El despegue ofrece una rara oportunidad de pasar un par de días circulando dentro de una base bajo control militar normalmente sellada al mundo. El Centro de Lanzamiento de Satélites de Jiuquan es un lugar casi sagrado en la mitología cósmica china: inaugurada en 1958 como campo de pruebas de misiles intercontinentales, desde aquí han zarpado varias de las grandes misiones espaciales chinas.

El día del lanzamiento de la Shenzhou-20, en la entrada comienza a acumularse gente que viene a ver el despegue lo más cerca posible, igual que en Cabo Cañaveral. Se ven numerosos autobuses en las carreteras de la zona; hay quien ha plantado una tienda sobre la tierra arcillosa del desierto; un padre ha traído a su hijo; un grupo de jubilados esperan a la sombra que ofrece un puesto de souvenirs. Al lado, un enorme cartel indica que uno está a punto de entrar en territorio vedado: “Filtrar secretos conlleva prisión; proteger secretos trae felicidad; vender secretos se paga con ejecución”. Adjunta un teléfono para denunciar los actos de espionaje.

Una vez cruzada la verja, el centro no parece un dechado de tecnología punta, al menos en lo que las autoridades muestran a la prensa extranjera. El recorrido no incluye el acceso a salas de control llenas de monitores ni a laboratorios futuristas. Los edificios visitados son sencillos, y sus interiores, modestos. Al circular de un lado a otro, se distinguen motivos espaciales aquí y allá. Una de las rotondas ha sido decorada con cohetes y satélites; han colocado esculturas de astronautas regordetes en un parque. Las farolas reproducen lo que parece la estela de una nave. Por todas partes circulan funcionarios con el mono azul oficial y el parche de la misión Shenzhou-20 en el hombro.

Dos trabajadores del programa espacial chino junto a la plataforma de lanzamiento de la misión Shenzhou-20 en el Centro de Lanzamiento de Satélites de Jiuquan, el miércoles 23 de abril.

Ma Siran, un pequinés de 25 años y pelo revuelto, es el autor del diseño del parche. Ha sido invitado a ver el despegue, y explica por qué ha ideado un emblema triangular: “Representa tecnología punta, estabilidad, fiabilidad”. Tiene un toque futurista. “Quiero que las siguientes generaciones no pierdan el espíritu de innovación y sigan intentando algo diferente”.

Todo alineado para subrayar el rol creciente de China en el espacio. En la base, una enorme valla publicitaria con la imagen del presidente, Xi Jinping, vestido de uniforme militar anima a “explorar el vasto universo” y construir un “potente país espacial”.

Washington observa con preocupación la velocidad con la que se suceden los hitos chinos. El espacio se ha convertido en un campo más de la rivalidad entre las dos superpotencias, enfrentadas estos días en una colosal batalla comercial tras las andanadas tarifarias de Donald Trump y la respuesta de Pekín. La competición tiene ecos de la de la Guerra Fría. Están en juego la capacidad de innovación, de poner a funcionar tecnología punta, el dominio militar. Enviar un cohete al espacio muestra la potencia de una nación, y es a la vez una forma de proyectar su poder blando en forma de sueños para las futuras generaciones.

A principios de abril, el jefe de la Fuerza Espacial estadounidense, el general Chance Saltzman, advirtió en el Congreso de que el rápido avance del programa chino representa un desafío significativo para el dominio estadounidense en órbita. Denominó las ambiciones de Pekín como una “poderosa fuerza desestabilizadora”. La pugna también protagonizó la reciente comparecencia en el Senado de Jared Isaacman, el multimillonario al que Trump ha nominado para dirigir la NASA: prometió que Estados Unidos regresará a la Luna antes que China, y aseguró que su prioridad será llegar a Marte con una misión tripulada.

Los astronautas de la misión Shenzhou-20, de izquierda a derecha, Wang Jie, Chen Dong y Chen Zhongrui.

Los próximos cinco años serán determinantes. La República Popular se ha fijado como objetivo enviar astronautas a la Luna antes de 2030 y, a medio plazo, establecer una base permanente en el satélite, proyecto que prepara en colaboración con Rusia. Ya ha logrado posar un robot en la cara oculta de la Luna, y regresar de allí con muestras; ha enviado una sonda a Marte, planeta que se encuentra también en el horizonte de las misiones tripuladas, aunque mucho más distante.

“Los preparativos para la misión lunar tripulada avanzan satisfactoriamente”, aseguraba el miércoles Lin Xiqiang, portavoz de la Agencia Espacial Tripulada de China, en una comparecencia en la base. Lin explicó que tanto el cohete de tipo Larga Marcha-10 como la nave tripulada Mengzhou, el módulo de aterrizaje lunar Lanyue y el vehículo lunar Wangyu están “desarrollando prototipos según lo planificado”. Próximamente, añadió, algunos equipos entrarán en fase de pruebas y validación. Esta semana, el máximo responsable de la misión china Chang’e-8 ―prevista para 2028 y que sentará las bases para la construcción de la base lunar― desvelaba algunos detalles del plan, como la posibilidad de construir una planta nuclear en el satélite para abastecer la futura estación, según Reuters.

Décadas después, la Luna se ha convertido en un lugar al que regresar. Ningún humano la pisa desde la última misión Apolo estadounidense en 1972. Zhang Wei, investigador del Centro de Aplicaciones Espaciales de la Academia de Ciencias de China, cree que tiene que ver con un nuevo enfoque: hasta ahora, la exploración lunar tenía como objetivo principal su estudio. Esta aproximación “más científica” ha dado paso a un estadio de “utilización lunar”, comenta en un corrillo con la prensa. Y la nueva fase requiere capacidad “para explorar y excavar”.

Zhang menciona recursos que podrían ser explotados, como la energía solar de la Luna, el hielo lunar y algunos minerales, como la ilmenita o el helio-3, un elemento que algunos describen como el combustible del futuro. “Nuestra tecnología está en proceso de desarrollo continuo y podemos explorar, desarrollar y utilizar la Luna más ampliamente, lo que ayudará a los seres humanos a llegar más lejos”, asevera. Ante la pregunta de si cree que será China quien gane la carrera de regreso, responde que irán paso a paso y según su plan: “No vamos a compararnos con nadie”.

Zhou Yaqiang, un alto funcionario tecnológico del programa chino de misiones espaciales tripuladas, también esquiva la pregunta sobre la rivalidad con Estados Unidos: “Toda la industria espacial de nuestro país defiende el principio general de uso y desarrollo pacíficos al servicio de la humanidad”, replica. Zhou se detiene en cambio en detalles de la Shenzhou-20, la misión que está a punto de despegar. Uno de sus objetivos, dice, es “sentar una mejor base técnica para la misión tripulada de alunizaje”.

Las tripulaciones de las misiones Shenzhou-19 y Shenzhou-20, en la estación espacial Tiangong, el 25 de abril.

La estación espacial Tiangong es un campo de pruebas donde China realiza experimentos científicos en busca de progresos vinculados a la exploración del cosmos. Su primer módulo fue puesto en órbita en 2021; entró en fase operativa en 2022; desde entonces rota su tripulación cada seis meses (los de la Shenzhou-20 relevan a los tres de la Shenzhou-19). En el futuro podría convertirse en la única de su clase, cuando la Estación Espacial Internacional ―un proyecto encabezado por Estados Unidos, en el que China está vetada por los vínculos militares de su programa espacial― sea jubilada en 2030.

Durante su estancia en la Tiangong ―significa Palacio Celestial― la tripulación de la Shenzhou-20 tiene previsto llevar a cabo 59 experimentos científicos y tecnológicos sobre ciencias biológicas espaciales, física en microgravedad y nuevas tecnologías espaciales, según el citado portavoz, Lin Xiqiang. Tratarán de progresar en áreas como el cultivo de chips para organoides cerebrales vascularizados (unas células que se asemejan al cerebro humano), la dinámica no equilibrada de la materia blanda y la preparación en el espacio de materiales superconductores de alta temperatura.

Hasta la fecha, la estación ha albergado más de 200 proyectos científicos; más de 100 muestras generadas han regresado a la Tierra para su estudio. Y en sus laboratorios se han dado pasos para la producción en órbita de condensado de Bose-Einstein, un estado de la materia que se obtiene a temperaturas cercanas al cero absoluto, y la construcción de la primera plataforma experimental del mundo de simulación cuántica con redes ópticas espaciales, según la Agencia Espacial Tripulada China.

Se espera que algunos de los experimentos aporten resultados relevantes en el desarrollo de nuevos materiales, el estudio de los efectos fisiológicos de la radiación espacial y de los efectos biomagnéticos a nivel molecular. La nueva misión investigará con planarias (un tipo de gusano plano y de estructura sencilla), bacterias Streptomyces y peces cebra para estudiar problemas como la pérdida ósea y los trastornos cardiovasculares causados por la ingravidez, problemas médicos que representan un reto para la exploración humana del espacio profundo.

“Cada viaje espacial es único”, comentaba el comandante Chen Dong, al frente de la misión Shenzhou-20, el miércoles, un día antes del despegue. Es uno de los astronautas más experimentados de China. Expiloto de combate, de 46 años y con numerosas condecoraciones, se disponía a despegar por tercera vez rumbo al espacio. “Esperamos ganar más experiencia y avances en la operación. Lo más importante es completar el trabajo con cero errores”, añadía en la comparecencia en la que él y sus compañeros de misión fueron presentados al mundo detrás de una vitrina, para evitar el contacto con el exterior.

El comandante recordó que el despegue tendría lugar exactamente 55 años después del primer gran hito espacial de China: el 24 de abril de 1970, la República Popular puso por primera vez en órbita un satélite. Aquel episodio marcó a una nación que trataba de salir de la miseria y dejar atrás lo que suelen llamar el “siglo de humillación”. Corrían tiempos duros, con el país atravesado por la cruenta Revolución Cultural. El escritor chino Liu Cixin, uno de los autores de ciencia ficción más reconocidos, ha contado la huella que le dejó aquel episodio siendo un niño, y cómo le hizo proyectar sus sueños hacia el espacio. Hoy es celebrado fuera de China, y a la vez uno de los autores a los que dan cancha las autoridades de Pekín, conscientes de que la ciencia ficción ayuda a construir la narrativa como potencia tecnológica.

“Fue el preludio de la exploración del vasto universo por parte del pueblo chino”, recordaba el comandante Chen, flanqueado por sus compañeros de misión. Muchas de sus frases estaban inyectadas de tono patriótico. “Esta no es solo una historia sobre la lucha de China en el espacio, sino también una gloriosa historia de despegue”.

“Tengo suerte de haber nacido en la nueva era y de poder unir mi sueño personal con el sueño chino y el sueño espacial”, añadió su compañero Chen Zhongrui, de 40 años y también expiloto de la fuerza aérea. El menor de los tres, Wang Jie, un ingeniero aeroespacial de 35 años, rememoró un episodio de infancia en su provincia natal de Mongolia Interior: allí aterrizó, en 2003, Yang Liwei, el primer astronauta chino, tripulante de la Shenzhou-5. “Inspiró y emocionó a todo el país. Me tocó profundamente. Sentí que los astronautas eran misteriosos y sagrados, y sentí anhelo de volar al espacio”, dijo. “Ahora por fin doy la bienvenida a mi primer vuelo y contribuyo a la construcción de una potencia espacial”.

El andamiaje azul se ha abierto dejando al descubierto el Larga Marcha, blanco y vertical. Todo parece listo para el lanzamiento. A las 17.17, hora local, decenas de personas exclaman la cuenta atrás en chino desde una explanada de cemento a un kilómetro y medio. “Wu, si, san, er, yi, ¡dianhuo! [cinco, cuatro, tres, dos, uno ¡despegue!]”. El cohete exhala una densa humareda de tonos ocres. Se escucha un rugido estremecedor. Un fuego naranja y luego pálido propulsa el artefacto hacia el cielo y desaparece en unos segundos. En la plataforma, queda el humo suspendido junto a unos enormes caracteres chinos: “Autosuficiencia, innovación y superación”.

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