El Barça aprende a sufrir

Nadie sabe con total seguridad cuándo empieza el Barça a jugar sus partidos desde que Hansi Flick aterrizara en Barcelona con un despertador en la mano y una biblia holandesa en la otra: discutirle a su obra el componente cruyffista es como defender la existencia de círculos cuadrados o cuadrados circulares. Sospechan algunos aficionados, y sus razones tendrán, que el equipo catalán se cita esta temporada con el siguiente rival mucho antes de lo que marca el calendario, tan concentrados en alcanzar el éxito que empiezan a competir ya en los aeropuertos, en los hoteles, de camino al estadio, puede que susurrándose la fórmula mágica una y otra vez para asegurarse de que nadie la olvida.

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 Flick habrá repetido una y mil veces a sus hombres que nada de rezar por las esquinas ni plantear batallas por su cuenta: entramos juntos, salimos juntos. En este tipo de partidos, sobrevivir también es una manera de ganar  

Nadie sabe con total seguridad cuándo empieza el Barça a jugar sus partidos desde que Hansi Flick aterrizara en Barcelona con un despertador en la mano y una biblia holandesa en la otra: discutirle a su obra el componente cruyffista es como defender la existencia de círculos cuadrados o cuadrados circulares. Sospechan algunos aficionados, y sus razones tendrán, que el equipo catalán se cita esta temporada con el siguiente rival mucho antes de lo que marca el calendario, tan concentrados en alcanzar el éxito que empiezan a competir ya en los aeropuertos, en los hoteles, de camino al estadio, puede que susurrándose la fórmula mágica una y otra vez para asegurarse de que nadie la olvida.

Es el modo correcto de viajar a Dortmund, de enfrentar a un rival y a un estadio capaces de sembrar el pánico en la conciencia del débil como un rayo llena de luz cualquier habitación a través de la ventana: luego llega el trueno. Todo en ese campo huele a ceremonia, a tradición, de ahí que no exista un amarillo más amarillo que el de sus camisetas, ni un verde más verde que el de su césped. Las catedrales tienen algo que impresiona al visitante y Flick, que se conoce el Signal Iduna Park al dedillo, habrá repetido una y mil veces a sus hombres que nada de rezar por las esquinas ni plantear batallas por su cuenta: entramos juntos, salimos juntos. En este tipo de partidos, sobrevivir también es una manera de ganar.

Salió el equipo de Kovac con el orgullo herido colgado del pecho, a mascar chapa y demostrar, delante del gran muro amarillo (ahora teñido de negro por los rigores de la moda ultra), que cada disputa es una declaración de amor, cuando no de principios: ni las causas improbables resultan negociables delante de los tuyos. Las imprecisiones del Barça (primero Araujo, luego De Jong, varias veces Lamine) dieron alas a un Dortmund que soltaba picotazos como cuervos que se discuten el territorio. Así llegó el penalti, con la defensa asomada al precipicio y Koundé condenando a sus compañeros por falta de atención, acaso de tensión: gol de Guirassy, el gigante guineano. Solo Gavi pareció rebelarse en los minutos siguientes sin que nadie tuviese del todo claro si las soluciones pasaban por activar, en esos minutos de agobio, el modo rebeldía.

El gol durmió a los locales, curiosamente, y el Barça pudo sacar los apuntes y ponerse a repasar: posesiones más largas, algunos desmarques interesantes, menos balones perdidos… Más anestesia que veneno, una postura aconsejable en semejante tesitura de eliminatoria, pero que ya se nos antoja antinatural en este equipo de pirañas. La mejor oportunidad para los catalanes la tuvo Koundé a pase de Frenkie de Jong, pero otra vez le faltó un paso, o un esfuerzo, al nuevo rey francés del prêt-à-porter. Nadie despreció el descanso, todos parecieron satisfechos.

La segunda parte comenzó peor que la primera para los azulgrana: dos paradas de Szczesny y gol del Dortmund a la salida de un córner con demasiada gente mirándose los pies. Entonces sí, por fin, irrumpió el Barça en el partido. Koundé sacó el tiralíneas, Fermín picó a la espalda de los defensas y su pase tenso lo introdujo en su propia portería Bensebaini para bajar el fuego a la eliminatoria. Con la comparecencia de Pedri en la sala de máquinas, el equipo recuperó tono, pulso y hasta color, pero este es un conjunto con cierta tendencia al medio camino cuando no necesita ganar los partidos: así llegaba el tercero de Guirassy, con los futbolistas embarrados en soliloquios. El agobio en los últimos minutos resultaba ya inevitable.

Jugaba el Barça para confirmarle al mundo que está de vuelta y recordarse a sí mismo que competir por los grandes títulos es una rutina que siempre exige sacrificios. No todas las respuestas se encuentran siempre en el marcador, pero tampoco son los cuartos de final de la Liga de Campeones el mejor momento para hacerse demasiadas preguntas: las semifinales, antesala de la cumbia, empiezan a jugarse mañana.

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