“Olvidar es morir”, decía Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898-Madrid, 1984), miembro destacado de la generación del 27 y último poeta español distinguido con el Premio Nobel de Literatura, en 1977. Los papeles, libros y algunos objetos personales de Aleixandre están desde hace casi cuatro décadas ocultos a la luz pública, en cajas de plástico en una vivienda de una localidad del noroeste de la Comunidad de Madrid, mientras el paso del tiempo amenaza con marchitarlos. Este legado, que el Gobierno regional declaró Bien de Interés Cultural (BIC), el 7 de diciembre de 2022 —el máximo nivel de protección— y del que ha manifestado su interés en adquirir, “no se encuentra en las adecuadas condiciones de conservación”, según el informe que habían firmado los técnicos de la CAM seis meses antes, en junio, y al que ha tenido acceso este periódico. Tampoco está digitalizado.
El legado del último poeta español premio Nobel, que incluye correspondencia con varias generaciones de escritores y manuscritos, se encuentra en una vivienda del noroeste de Madrid, sin digitalizar y sin acceso para los investigadores
“Olvidar es morir”, decía Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898-Madrid, 1984), miembro destacado de la generación del 27 y último poeta español distinguido con el Premio Nobel de Literatura, en 1977. Los papeles, libros y algunos objetos personales de Aleixandre están desde hace casi cuatro décadas ocultos a la luz pública, en cajas de plástico en una vivienda de una localidad del noroeste de la Comunidad de Madrid, mientras el paso del tiempo amenaza con marchitarlos. Este legado, que el Gobierno regional declaró Bien de Interés Cultural (BIC), el 7 de diciembre de 2022 —el máximo nivel de protección— y del que ha manifestado su interés en adquirir, “no se encuentra en las adecuadas condiciones de conservación”, según el informe que habían firmado los técnicos de la CAM seis meses antes, en junio, y al que ha tenido acceso este periódico. Tampoco está digitalizado.
La Comunidad subrayó, cuando aprobó la declaración BIC, su “importancia cultural e histórica y el valor bibliográfico y archivístico”. Es un conjunto formado por unos 6.400 documentos y una biblioteca de 4.250 libros, “muchos, primeras ediciones”. Este archivo ha sido objeto de disputa en los tribunales, entre otras razones, porque Aleixandre no dejó ningún documento en el que estableciera el reparto de su legado cultural.
Tras el fallecimiento del poeta, que no tuvo hijos, este legado fue a las manos de su íntimo amigo y discípulo Carlos Bousoño, también poeta, premio Príncipe de Asturias de las Letras (1995), y a la esposa de este. Fallecido Bousoño, en octubre de 2015, desde entonces sus propietarios son su viuda, Ruth Bousoño, y sus dos hijos.
Aleixandre sí había hecho un testamento, al que ha tenido acceso este periódico, en 1940. En él dejaba a su hermana como “única heredera de todo su patrimonio en pleno dominio y de libre disposición”, señalaba el documento. El poeta dictó ese testamento con poco más de 40 años porque padecía una grave enfermedad renal —le habían tenido que extirpar un riñón—. “Esto indica que no hubo voluntad legal alguna de dejar el llamado archivo a Carlos Bousoño, al que conoció después, en 1942”, subraya Alejandro Sanz, presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre, entidad que desde hace 30 años alza la voz para que se preserven la casa y el legado del escritor sevillano.
Además, hay una familiar del poeta en desacuerdo con su actual destino. Se trata de Amaya Aleixandre, sobrina segunda del poeta y la heredera principal de Velintonia, la casa en la que vivió el Nobel, de la que posee el 60% y que acaba de ser adquirida por la Comunidad de Madrid por 3.193.225 euros, tras décadas de desencuentros entre los diferentes herederos de Aleixandre, por un lado, y la indiferencia de las administraciones, por otro.
La Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) señalaba en la declaración BIC que el estudio del archivo de Aleixandre permitiría “comprender la historia de la literatura española contemporánea” por sus “manuscritos en verso y prosa, poesías, algunas de las cuales figuran como inéditas; galeradas de obras del autor con notas manuscritas” y una “interesantísima correspondencia con autores como Pío Baroja, Gregorio Marañón, Luis Cernuda, Max Aub, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Luis Antonio de Villena, Juan Luis y Leopoldo Panero, Octavio Paz, [la agente literaria] Carmen Balcells, Camilo José Cela y José Manuel Caballero Bonald”. También hay cartas con Josefina Manresa, la viuda de Miguel Hernández, gran amigo de Aleixandre, encarcelado por el franquismo y muerto en prisión en 1942.

“A nadie que conozca la trayectoria de Aleixandre le extraña que nos donara su archivo a Carlos y a mí”, dice Ruth Bousoño por wasap a EL PAÍS. “Quien haya leído el libro de José Luis Cano [poeta y crítico] Los cuadernos de Velintonia, de conversaciones con Aleixandre, sabrá que Vicente no se cansó de decir que su familia no tenía el más mínimo interés en su condición de poeta, ni en su obra”.
Una fuente de la máxima confianza del consejero de Cultura de Madrid, Mariano de Paco Serrano, declara que van “a intentar comprar el archivo”. “Tanto la Comunidad como el Ayuntamiento, de la mano de Marta Rivera de la Cruz [exconsejera regional de Cultura], han establecido contactos con la propietaria. El archivo nos preocupa tanto como la ruina de Velintonia”, que necesita, por cierto, acometer con urgencia unas obras que pueden rondar los 100.000 euros. La CAM ha ofrecido al Ministerio de Cultura una compra conjunta del archivo Aleixandre, aunque, por el momento, el departamento que dirige Ernest Urtasun no se ha pronunciado.
El mismo interlocutor apuntaba que el precio de compra estaría en torno a los cinco millones de euros. “La predisposición de la propietaria es total, consciente del valor de lo que tiene, aunque es posible que haya desperfectos”, reconocía.

Mientras, el tiempo pasa y el archivo se conserva en el domicilio de Ruth Bousoño, “en 55 contenedores de plástico, totalmente inadecuados”, como dijeron los técnicos regionales. “Un archivo organizado sin criterio archivístico”, añadían, antes de advertir que en algunos documentos había presencia de humedad y suciedad. Con todo, “en líneas generales los materiales están en buen estado”.
Por otra parte, solicitaban “poder abrirlo a la investigación y a la consulta pública, algo que lleva mucho tiempo demandándose por investigadores de la obra de Aleixandre”. La propietaria asegura que “el archivo está cuidado con mimo”. EL PAÍS ha contactado con esta para poder comprobarlo, pero sin éxito.
El de la CAM no es el primer intento de compra de este archivo. En 2007, la Junta de Andalucía y la Diputación de Málaga ofrecieron cinco millones de euros a los Bousoño, en una operación que se abortó por una demanda que interpuso Amaya Aleixandre. La polvareda judicial y su repercusión en los medios de comunicación acabó echando para atrás al Gobierno andaluz.
“Fue entonces, en 2007, por la prensa, cuando yo me enteré de la existencia del supuesto archivo de mi tío. Él no había sido consciente de tener ninguno”, dice Amaya Aleixandre, quien coincide en esta consideración con Alejandro Sanz

“Es cierto que mi tío había manifestado a la familia que cuando falleciese, si podían, le diesen su biblioteca a Carlos Bousoño”, agrega la sobrina del poeta. Los Bousoño también recibieron un cuadro, un magnífico retrato de Aleixandre del artista cubano John Ulbricht, y un grabado de Joan Miró dedicado al Nobel. Ambas obras aparecen en el inventario de los Bousoño que revisaron los técnicos de la CAM. “Pero no había motivos para darles nada más”, insiste Amaya Aleixandre, en alusión a las cartas y papeles.
“Fui yo la portavoz de Vicente desde el mismísimo instante en que recibió el Nobel”, declara a este diario Ruth Bousoño. “Y él le dijo a Carlos que fuera yo quien se ocupara de sus manuscritos. Vicente vino a nuestra casa a traernos [parte del archivo]. Él, que no solía salir de su casa. Prueba de ello es la foto de este en nuestro salón con algunos objetos del archivo”.
Hay también objetos, como una máscara mortuoria que encargaron los Bousoño y que tanto la sobrina como el presidente de la asociación ven ilógico que se considere parte del archivo por ser posterior al fallecimiento. Además, la capa marrón con la que se paseaba Aleixandre por el jardín de su casa, el frac que llevó cuando ingresó en la Real Academia Española (RAE), en enero de 1950, y dos radiografías de un hombre que tuvo una delicada salud casi toda su vida. “Nada de eso debería estar ahí”, insiste su familiar.
Cuando se produjo el litigio por el legado, los Bousoño publicaron un artículo en La Nueva España, en octubre de 2007, en el que defendían que era suyo, “como conocían todos los poetas españoles de la posguerra, los críticos literarios y los profesores de Literatura y los periodistas culturales”. “Al morir Vicente, su hermana, Conchita [con la que él vivía], nos dijo que podíamos traernos los objetos que su hermano nos había regalado en vida […] Estaban incluidos todos los manuscritos que había conservado y todos sus documentos, sus libros y todos sus objetos personales”, escribieron entonces.
La pareja añadía que cuando, en diciembre de 1986, murió la hermana del poeta, una prima de este le dijo a Ruth Bousoño “que empezara a retirar esa misma tarde todo lo que quedaba de Vicente debido a que la casa se cerraría”. “Y así lo hice. La familia Aleixandre nunca ha cuestionado la donación del archivo ni su posesión por parte nuestra”, contaban los Bousoño.
A esto contesta Amaya Aleixandre: “Las llaves de Velintonia que se le dejaron circunstancialmente a la señora de Bousoño al morir la hermana de Vicente fue únicamente para que recogieran los libros de la biblioteca y el retrato de Ulbricht”. “En aquellos momentos, mi padre y sus hermanas desconocían por completo los documentos que podían estar almacenados en el sótano de la casa”. Sanz añade: “Vicente no bajaba nunca al sótano de su casa, donde su hermana o el servicio acumulaban los papeles”.
La pelea en los juzgados llegó al Tribunal Supremo, que en diciembre de 2013 falló a favor de los Bousoño gracias, entre otras razones, a que se pudieron acoger a la figura de la usucapión, recogida en el Código Civil. Este principio del derecho reconoce a alguien una propiedad, aunque no pueda justificarla documentalmente, por el hecho de tenerla consigo un tiempo determinado (en este caso se superaban los 20 años).
El fallo también recogía que la sentencia de primera instancia había negado “que los bienes objeto de la reivindicación hubieran sido donados en 1983, pues no consta que se hiciera de forma escrita, y la verbal requería la entrega simultánea de la cosa donada, lo que no consta que ocurriera”. Sin embargo, descartaba que los Bousoño se hubieran hecho con el legado “de mala fe o clandestinamente”.

“Quedó demostrado en las sentencias judiciales por las que tuvimos que pasar Carlos y yo que éramos los copropietarios”, subraya Ruth Bousoño. “La sobrina segunda de Vicente Aleixandre publicó un artículo —que nosotros aportamos como prueba contra ella—, en 2008, en el que dijo que no había visitado a su tío segundo desde que este recibió el Nobel, hasta su muerte en 1984”.
Dada la actual situación del archivo, la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre reclama que se aplique el artículo 46 de la Ley de Patrimonio Cultural de la CAM, que dice que “en aquellos casos en que la conservación de un bien mueble de interés cultural sea deficiente, la dirección general competente podrá acordar su depósito provisional en un lugar que cumpla las condiciones adecuadas de conservación”. Así que proponen “que se expropie un archivo que no puede seguir secuestrado a la espera de que alguien lo compre”, señala su presidente.
Han pasado más de 40 años desde el fallecimiento de Aleixandre, el poeta del exilio interior del franquismo, que escribía poemas de amor en la cama por su delicada salud. Desde entonces, las disputas por sus papeles, sus libros y su casa reflejan lo que dijo antes de entrar al quirófano de la clínica situada a unos metros de su casa en la que falleció: “La vida es un dolor”.
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