Con sede en Miami, trabaja en colaboración con una red mundial de radares, satélites y aviones meteorológicos, denominados ‘cazahuracanes’ Con sede en Miami, trabaja en colaboración con una red mundial de radares, satélites y aviones meteorológicos, denominados ‘cazahuracanes’
El Centro Nacional de Huracanes (NHC, por sus siglas en inglés) es el guardián que vigila todos los ciclones tropicales de los océanos Atlántico y … Pacífico. La organización, perteneciente a Estados Unidos, tiene su sede en Miami, Florida, pero posee bases diseminadas en múltiples localizaciones y trabaja en coordinación con la red mundial de radares, satélites y aviones meteorológicos. De esta manera consigue información muy detallada de fenómenos que se encuentran a miles de kilómetros pero que pueden tener un gran impacto en la población americana.
Su principal cometido es el desarrollo de extensos análisis que les permiten realizar estimaciones y lanzar alertas a las autoridades según sus previsiones. Pero en ocasiones su trabajo va más allá de los datos. Una de sus labores más arriesgadas es la inspección de un huracán desde su interior, para lo que utilizan aviones ‘cazahuracanes’. De estas misiones se han extraído las imágenes más llamativas del ojo de ‘Melissa’ que han podido verse estos días.
El NHC funciona las 24 horas del día, los 365 días del año y vigila de forma exhaustiva, sobre todo, las cuencas del norte del Atlántico y del noreste del Pacífico. La época de mayor actividad se da durante la temporada de huracanes, del 1 de junio al 30 de septiembre. Los expertos monitorean todas las tormentas tropicales, ya que estas son las fases previas y pueden derivar en un fenómeno mayor. Es así como realizan un seguimiento de cualquier peligro meteorológico que pueda surgir en estos océanos.
Los meteorólogos elaboran minuciosos estudios, preparan sus pronósticos y emiten avisos y recomendaciones en base a ellos. Su misión es clara: salvar vidas y reducir los daños de estas furias del clima tropical. La información recabada es enviada tanto al Gobierno estadounidense como a los territorios del Caribe y a otras entidades internacionales como la Organización Mundial Meteorológica.

El NHC es una división del Servicio Meteorológico Nacional de Estados Unidos, que a su vez forma parte de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA). El ente es la principal autoridad en la predicción y seguimiento de ciclones tropicales –denominados huracanes o tifones, dependiendo de la ubicación geográfica en la que se originen–. Vigilan y monitorear el nacimiento, formación, desplazamiento y disolución de todo huracán que aparezca en el Atlántico o el Pacífico.
Los recortes aplicados por el presidente estadounidense, Donald Trump, para reducir el tamaño de la Administración provocaron que más de 560 empleados del Servicio Meteorológico Nacional abandonaran la agencia en enero. El NHC no ha reducido su personal, pero las oficinas locales son las responsables de adaptar la información y las alertas de los pronósticos a sus áreas, y en muchas de ellas sí faltan meteorólogos, técnicos e hidrólogos. Una de las consecuencias directas de los recortes se traduce en el lanzamiento de menos globos meteorológicos, que ayudan a realizar predicciones y que habitualmente, en caso de huracán, se soltaban cuatro diarios.
Aviones ‘cazahuracanes’
Los datos que manejan llegan desde numerosos puntos del planeta. Se nutren de las diversas estaciones meteorológicas así como de otros centros especializados, e incluso de expertos que se desplazan al lugar para tomar mediciones. Esto les permite conocer de primera mano los fenómenos atmosféricos que suceden a kilómetros de distancia desde su sede en Miami. «Obtenemos información en tiempo real y esto nos permite tomar todo tipo de decisiones al instante», asegura Lixion Ávila, meteorólogo con más de treinta años de trabajo en el ente a sus espaldas.
Los huracanes se forman en el mar, a raíz de los vientos que surgen cuando la temperatura de la superficie del agua es mayor que la temperatura ambiente. Una vez localizada la tormenta, el NHC debe proyectar el desplazamiento que realizará y la intensidad que adquirirá a lo largo del trayecto. «Somos muy precisos y no se suelen desviar mucho del recorrido que estimamos. El problema es la previsión de la intensidad», explica Ávila.
La fuerza de los vientos y la potencial escalada del huracán es relativa a las mismas temperaturas que dan lugar a la tormenta, que se engrandece en el mar, donde las aguas cálidas lo alimentan. Una de las labores más complejas y arriesgadas que realizan estos expertos son las misiones al ojo del huracán, que sirven sobre todo para predecir su magnitud y peligrosidad.
Para adentrarse en el núcleo, los expertos utilizan los denominados aviones ‘cazahuracanes’. Cinco personas embarcan hacia la misión: dos pilotos, un ingeniero, un director de vuelo -que viene a ser el meteorólogo de las alturas- y un navegante. El objetivo es llegar al centro del huracán, donde reina el sol y la calma, pero ello requiere mucha pericia. No se puede atravesar la pared de agua por lo que el recorrido puede llegar a durar más de dos horas. Para adentrarse en la tormenta el avión debe volar en la dirección opuesta al movimiento de rotación de los vientos. Si el huracán gira en sentido contrario a las agujas del reloj, la aeronave surca la voraz tempestad al revés, haciendo frente a rachas de más de 300 kilómetros por hora en los casos más extremos.
Reuters

Una vez en el corazón, donde brilla el sol y no corre el aire, se lanzan al mar unas cien sondas, que al entrar en contacto con la superficie del agua comienzan a emitir datos que se transmiten vía satélite al centro ubicado en Miami, donde los especialistas los analizan para determinar si el huracán se fortalece o debilita y hacia dónde se dirige.
El camino hacia fuera tampoco es fácil. Cuando vuelven a adentrarse en la tormenta, todo se vuelve oscuro y los pilotos solo saben hacia dónde están volando por los radares que utilizan. «Muchas veces ni siquiera miran por la ventana», asegura Ávila. Saben que allí no hay nada más que una vorágine de agua y viento.
Estas misiones pueden llegar a durar doce horas y siempre tienen lugar en mar abierto. «Una vez dentro del huracán no hay nadie a quien acudir», apuntan los pilotos, quienes por muchos datos y previsiones que tengan, conocen la naturaleza de estos fenómenos atmosféricos y saben que la situación puede cambiar en cualquier momento.
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