Alain Riazuelo, astrofísico: “Con el negacionismo climático, los científicos aprendieron que hay que hablar tan fuerte como quienes lo niegan”

Entre 1792 y 1798, en los turbulentos años que siguieron a la toma de la Bastilla, dos astrónomos recibieron un encargo de la Academia de Ciencias de Francia que daría uno de los frutos más duraderos de la Revolución. Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre Méchain tuvieron que medir con precisión la distancia entre Dunkerque, en el norte de Francia, y Barcelona, sorteando las trabas de las autoridades españolas y francesas, arriesgando su vida (Méchain murió de malaria en Castellón) y transformando la forma de medir el mundo.

Seguir leyendo

 El investigador acaba de publicar ‘Por qué la ‘Tierra es redonda’, un viaje a los orígenes de la ciencia que definió el mundo  

Entre 1792 y 1798, en los turbulentos años que siguieron a la toma de la Bastilla, dos astrónomos recibieron un encargo de la Academia de Ciencias de Francia que daría uno de los frutos más duraderos de la Revolución. Jean-Baptiste Joseph Delambre y Pierre Méchain tuvieron que medir con precisión la distancia entre Dunkerque, en el norte de Francia, y Barcelona, sorteando las trabas de las autoridades españolas y francesas, arriesgando su vida (Méchain murió de malaria en Castellón) y transformando la forma de medir el mundo.

La medición de ese tramo del meridiano que pasa por París permitió conocer mejor la forma de la Tierra, que resultó no ser exactamente esférica, crear mapas más exactos y hacer posible un ideal ilustrado: Establecer que el metro no se definieran por un artefacto físico arbitrario, sino en relación con las dimensiones de la Tierra. Concretamente, un metro sería la diezmillonésima parte de la distancia entre el ecuador y el polo norte. Esta y otras medidas hicieron posible acabar con el caos que suponían los más de 200.000 valores de medida que había entonces solo en Francia y sacó a la luz injusticias al mostrar, por ejemplo, que algunos jornaleros cobraban lo mismo por trabajar tierras de distinto tamaño.

Esta es una de las historias que cuenta el investigador del Instituto de Astrofísica de París Alain Riazuelo (Marsella, Francia, 51 años) en su libro Por qué la Tierra es redonda (Alianza Editorial). En él, parte de la resurrección terraplanista que han propiciado las redes sociales para mostrarnos la milenaria epopeya humana para conocer la forma de nuestro planeta y su lugar en el universo, desde los griegos que calcularon el diámetro de la Tierra al uso científico de las bombas V2 con que los nazis aterrorizaron Londres.

Pregunta. ¿Escribió este libro como respuesta al discurso terraplanista o simplemente quería hablar de cómo hemos llegado a conocer la forma de la Tierra o su lugar en el cosmos?

Respuesta. En realidad, el libro no fue idea mía. Fue idea de mi editora, Olivia Recasens. Era 2018, y en ese momento, no habíamos oído mucho sobre los terraplanistas. Yo quería hablar de ciencia, no de conspiranoias. Solo quería decir: La ciencia es genial. Trata de construir conocimiento, porque hay preguntas fundamentales que en algún momento tienen respuesta, y entonces dejan de ser fundamentales. Es un arte bien establecido. Luego surgen otras preguntas fundamentales, que se responden más adelante. Así es como avanza. Esa es la forma en que quería explicar las cosas, porque la forma de la Tierra es algo que se resolvió bastante temprano. La gente tenía la respuesta pronto, en la antigüedad griega. Y lo interesante era: ¿qué hicieron después? ¿Cómo construyeron un conocimiento cada vez más complejo?

P. ¿Hubo gente que se planteó la esfericidad de la Tierra antes de los griegos?

R. No sabemos cuándo empezó la gente a plantearse la pregunta, porque no tenemos registros escritos de épocas tan antiguas. La mención más antigua de que la Tierra podría ser una esfera viene de la India, pero está en un texto religioso y no sabes si hablan de hechos establecidos o si proponen un escenario mitológico sobre el mundo. En la India, mil años antes de la antigüedad griega, en el siglo XV antes de la era común, hay una mención de que un dios tomó barro y lo moldeó en forma de esfera. Quizá en la India ya lo habían entendido, porque, como está cerca del ecuador, si estás en el norte, ves las estrellas girar en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor de la estrella polar. Pero si viajas más al sur, en el océano Índico, ves que la esfera celeste gira en el otro sentido. Cerca del ecuador, puedes comparar estos dos esquemas de rotación y deducir que, al menos en dirección norte-sur, hay una curva clara. Quizá lo intuyeron, pero el contexto en el que está escrito no nos permite saber qué pruebas tenían. Probablemente, la gente ya se había hecho la pregunta antes. Quizás algunos tenían la respuesta antes, pero en la antigüedad griega, como disfrutaban de la geometría, la forma de la Tierra era un problema geométrico. Encajaba perfectamente con su actividad intelectual favorita. Disfrutaban de la geometría, de formas perfectas como la esfera, y demostraron con razonamiento riguroso que la Tierra era una esfera. Encajaba perfectamente con lo que les gustaba.

P. Kepler, que también aparece en el libro, utilizó los datos obtenidos de su observación del universo para describir las órbitas de los planetas del sistema solar como elipses, pero siguió manteniendo una creencia, aparentemente incompatible, en una organización del sistema solar con formas geométricas perfectas. ¿Cómo se pueden armonizar estas formas de pensar?

R. La cuestión es hasta qué punto quieres demostrar algo que crees cierto o simplemente deducir cosas a partir de los hechos. El método científico, tal como lo conocemos, viene de Galileo. Antes no existía realmente, pero si lees a algunos grandes filósofos, ya hay afirmaciones de que no debes depender de tu suposición inicial. Tienes que aceptar que tu idea inicial puede estar equivocada, y si mediante razonamiento pruebas que lo está, debes descartarla. Existía la idea de que el razonamiento era importante, pero en esa época, y hasta Galileo más o menos, se creía que el razonamiento podía ser más fuerte que los experimentos. La idea de que los experimentos siempre priman sobre el razonamiento fue defendida por Galileo. Antes, se pensaba que el razonamiento puro podía dar respuestas, y eso llevó a conclusiones incorrectas. Aristóteles creyó que había demostrado que la Tierra estaba quieta, que no giraba alrededor del Sol ni rotaba, y su razonamiento era erróneo. El razonamiento puro no siempre funciona, porque puedes equivocarte, y los experimentos te permiten verlo.

En el caso de Kepler, era un poco diferente. Él quería introducir la geometría de forma muy ingenua: creía que podía predecir las órbitas planetarias con un modelo geométrico. Como quería demostrarlo, hizo mediciones muy precisas y encontró formas de deducir el radio de las órbitas. Entonces se dio cuenta de que su idea inicial era errónea, que las trayectorias no eran círculos y que el mundo era más complicado de lo que pensaba. Pero lo aceptó, y no todo el mundo era capaz de hacer eso en esa época. Desde nuestra perspectiva, es desconcertante pensar que, hace cinco siglos, la gente creía que los hechos podían estar equivocados si contradecían su razonamiento. Mucha gente pensaba así. Kepler, Galileo y otros lograron ir más allá. Por ejemplo, Galileo inventó el telescopio y vio lunas orbitando Júpiter, probando que no todo giraba alrededor de la Tierra. Era perfecto. Pero hubo filósofos en su época que dijeron: “Aristóteles demostró que nada puede orbitar algo que no sea la Tierra, así que lo que ves en tu telescopio está mal, y por eso ni siquiera voy a mirar”. Es una locura, pero gente influyente reaccionó así. Hay que recordarlo y darnos cuenta de que hoy tenemos mucha suerte.

P. Pero ahora estamos viendo movimientos políticos como el de Donald Trump que dan prioridad a la intuición sobre los hechos y es una forma de pensar que, probablemente, siempre ha seguido ahí ¿no?

R. Sabemos que podemos pensar de manera equivocada. Ocurrió hace siglos. Si ocurrió entonces, puede volver a pasar. Por eso creo que hoy tenemos suerte, porque podemos superarlo. Pero ahora sabemos que la ignorancia es un arma electoral. Si las personas ignorantes votan por ti, está en tu interés mantenerlas en la ignorancia. Eso es un problema, claro. Hoy tenemos un ejemplo [con Trump], pero ha habido otros en el pasado por ideologías distintas. Por ejemplo, la selección natural, un hecho biológico complejo, fue rechazada por los comunistas. En su mundo, la selección natural era una forma de justificar que hay ricos y pobres, que una selección hace que algunos sean más capaces de ganar dinero. No querían oír hablar de ella porque no encajaba en su marco ideológico. Que millones murieran de hambre en la URSS en los años 30 se debió en parte a eso: no querían cultivar correctamente por ideología. La gente puede hacer cosas horribles con consecuencias graves. Las ideologías tienen un poder enorme, pero lamentablemente no es un poder al servicio del bien común.

P. Algo que se ve leyendo el libro es que a veces pensamos que el terraplanismo no tiene sentido y sabemos que es falso, pero, si nos enfrentamos a un terraplanista podemos tener dificultades para explicar bien por qué crees lo que crees. Conocer los experimentos que nos dieron este conocimiento es fascinante. ¿Cree que la forma en que nos enseñan estas cosas en la escuela podría mejorarse?

R. Tuve un profesor hace 30 años, André Bray, especialista en planetología, que era muy carismático y siempre decía: “Si no sabes cómo lo supimos, en realidad no lo sabes”. Si desconoces el razonamiento, solo conoces el resultado. Y cuando crees el resultado, en realidad estás confiando en quienes afirman que es cierto. Pero eso no es lo mismo que entender por qué es cierto. Los profesores son conscientes de esta diferencia: saber en quién confiar no es lo mismo que saber cómo funciona. Y los conspiranoicos usan esto: “Crees que sabes porque confías en otros, pero ¿y si te equivocas de gente?”. Técnicamente, tienen razón. El problema es que nuestra sociedad se organiza para que el conocimiento correcto se difunda… pero es un sistema frágil. Vamos a la escuela, aprendemos cosas, y confiamos en los profesores. Pero no hay garantía de que funcione bien. Por ejemplo, la historia se enseña de forma distinta en cada país. En Francia, Napoleón es un gran líder; en Inglaterra, un dictador. La verdad está en medio. En ciencia, creemos que es más neutral, pero cuando el conocimiento tiene consecuencias sociales, los partidos pueden instrumentalizarlo y combatirlo si no les conviene. Los científicos, a veces ingenuos, no le dan suficiente importancia. Con el negacionismo climático, hace 25 años los científicos aprendieron que hay que hablar tan fuerte como quienes niegan hechos probados. Es como una pelea callejera: si no ocupas la calle, otros lo harán por ti.

P. En el tiempo de los griegos era posible que un solo hombre conociese casi todo el conocimiento acumulado en la época, pero ahora eso es inviable. Ahora, podemos entender algunos aspectos de la ciencia actual, pero en muchos otros debemos confiar en otros.

R. Hay dos aspectos. Primero, es fácil sentirse abrumado al ver lo vasto que es el conocimiento. Antes podías memorizar un texto y creer que contenía todo lo sabido. Hoy, solo en España hay miles de investigadores trabajando en un mismo tema: es imposible que una sola persona lo abarque todo. Pero si has estudiado ciencia, sabes que, dedicando tiempo, puedes dominar el razonamiento detrás de cualquier tema. No puedes hacerlo con todo, la vida es corta, pero sí en lo que realmente te importe. Claro, en otros casos, como cuando voy al hospital, no queda más que confiar. Un mundo sin confianza sería muy triste.

P. En el libro cita a Luis XVI diciendo que sus científicos, al medir mejor su reino, le habían robado más territorios que todos sus enemigos. La ciencia sigue siendo una herramienta política poderosa, aunque no sea para arrebatar tierras, sí para definir cómo pensamos sobre el mundo, pero a veces parece que hoy nos da herramientas más técnicas que ideológicas. Copérnico, Kepler o Galileo cambiaron nuestra visión sobre nuestro sitio en el universo. ¿Cree que eso todavía ocurre?

R. Es poco probable que tengamos revoluciones conceptuales tan trascendentales como las del pasado. Ya descubrimos la forma de la Tierra, que orbitamos el Sol, que el Sol es una estrella ordinaria en un universo con miles de millones de galaxias… No hay muchos descubrimientos que puedan alterar nuestra cosmovisión así. Quizá hallar vida extraterrestre sería comparable, pero las opciones son limitadas.

P. Con el auge de la inteligencia artificial (IA), ¿cree que dejaremos de hacer ciencia para solo pedir respuestas a máquinas?

R. Podrías alimentar una IA con todos los artículos de física previos a 1904 y preguntarle ¿Qué es la relatividad?, pero no obtendrías E=mc². Einstein decía algo así como que inventar ecuaciones que reinterpreten el mundo es la mayor hazaña de la creación científica. La IA puede extraer patrones ocultos en datos, como clasificar galaxias en imágenes astronómicas, pero no crea conocimiento nuevo. Nos ayuda a procesar información masiva, pero dudo que invente algo revolucionario en décadas. Eso sigue siendo humano.

 Ciencia en EL PAÍS

Te Puede Interesar