Un aburrido lunes de abril se puede empezar a bordo de un tren de alta velocidad preguntándole a una aplicación de inteligencia artificial qué temperatura va a hacer al llegar y en qué restaurante cenar esta noche, y acabar derrumbado en el sofá, a la luz de las velas, escuchando una radio a pilas tras una larga caminata en la que una moneda olvidada en la cartera sirva para aliviar la sed con una botella de agua.
La reacción ejemplar de la ciudadanía y los servicios públicos, así como la rápida reposición del suministro, contrastan con las dudas sobre la fiabilidad del servicio y una comunicación mejorable
Un aburrido lunes de abril se puede empezar a bordo de un tren de alta velocidad preguntándole a una aplicación de inteligencia artificial qué temperatura va a hacer al llegar y en qué restaurante cenar esta noche, y acabar derrumbado en el sofá, a la luz de las velas, escuchando una radio a pilas tras una larga caminata en la que una moneda olvidada en la cartera sirva para aliviar la sed con una botella de agua.
Los desastres inesperados introducen contrastes llamativos en el confortable siglo XXI. Lo hicieron, en distintos grados, la pandemia, la tormenta Filomena, la erupción de La Palma, la dana de Valencia y la hiperinflación bélica. Ahora lo ha hecho el gran apagón. La vida cotidiana se ve interrumpida por fenómenos tan improbables que a veces se saltan generaciones.
“Nunca había vivido algo así”, repetirán en televisión ciudadanos incrédulos. Esa sensación, la de que cada vez pasan más cosas que jamás habían ocurrido, ha inyectado una dosis de incertidumbre y vulnerabilidad en el sistema circulatorio de una sociedad obsesionada con controlarlo todo. Sin que se sepa aún el pecado original, lo que sigue es un decálogo preliminar de las lecciones del fundido a negro.
No entres en pánico, pero estate preparado. Hace poco más de un mes, la Comisión Europea planteó que los hogares deben estar listos para subsistir 72 horas sin ayuda externa en caso de guerra, desastres naturales, pandemias o ciberataques. Y concretó una lista de objetos que tener en casa, entre otros un hornillo, combustible, una linterna, un mechero, una navaja suiza, medicina, comida, agua, dinero en efectivo, documentos de identidad, un cargador y una batería externa para el móvil, una radio y pilas. Las redes sociales se dividieron entre quienes se burlaron y quienes acusaron a Bruselas de propagar un alarmismo innecesario.

El golpe de realidad del apagón ha hecho cambiar de idea a muchos: se han disparado las ventas de radios, hornillos y otros productos, lo que hace pensar que, al menos a corto plazo, las reservas almacenadas aumentarán. La comisaria europea de Gestión de Crisis, la belga Hadja Lahbib, cree que lo ocurrido en España y Portugal refrenda su estrategia de estar preparados para cualquier cosa, en todo momento, algo clave porque permite a los servicios de emergencia concentrarse en los problemas más graves: “Estar preparado no es un concepto abstracto. No se trata de pensar en guerras ni de alarmar. Todo lo contrario. Cuando estamos preparados nos sentimos en calma y nos aseguramos de no dejar a nadie atrás”.
En cuanto a los negocios, los grupos electrógenos marcaron la diferencia. Mercadona, Carrefour o El Corte Inglés fueron algunos de los que mantuvieron abiertas las puertas de la mayoría de sus establecimientos gracias a contar con generadores. Oriol Carreras, de 22 años, gestor de las redes sociales de varias empresas, se refugió en el Ikea de Sabadell, donde tomó café, comió salchichas, compró tres packs de cuatro velas cada uno y usó el wifi para informarse y decirle a su jefe que ese día no sacaría el trabajo adelante. Fuentes de la compañía sueca señalan que sus grupos electrógenos están preparados para una autonomía de 24 horas. “Y si hubieran fallado los generadores, tenemos otras alternativas para disponer de energía”, añaden. Es de prever que este tipo de sistemas eléctricos paralelos se extiendan tras la crisis.
Todo depende de que haya luz. Perder el suministro no solo supone quedarse sin energía para alumbrar la casa, cargar aparatos o, en muchos casos, cocinar. La red 5G, de la que se nutren la mayoría de teléfonos móviles, depende de un enorme entramado de antenas que necesitan energía para funcionar, lo cual provocó que durante la crisis fuera casi imposible para la mayoría llamar por teléfono, conectarse a internet o enviar mensajes por WhatsApp, uno de los elementos que incrementó la incertidumbre en muchas personas que desconocían el estado de familiares y amigos.
La red de fibra tampoco se libró, porque depende de los centros de datos y de la corriente eléctrica, además de que el módem tenga alimentación. Transportes como el tren o el metro no pueden funcionar sin electricidad, lo que derivó a todos sus pasajeros a coches privados, autobuses que pronto se saturaron y largos trayectos a pie que coparon las aceras. Muchos negocios con persianas eléctricas tuvieron que recurrir a los bomberos para poder cerrar sus puertas.
No tan del pasado. Los mayores aún recuerdan los años en los que los cortes de luz eran relativamente frecuentes, una realidad que había quedado atrás en el imaginario colectivo. Por eso lo sucedido el lunes es doblemente traumático: porque los apagones parecían cosa de otro tiempo. El sistema eléctrico español está, sobre el papel, preparado para un escenario que los técnicos catalogan como N-1: sin un solo reactor nuclear o una gran línea (o su equivalente). O incluso N-2: sin dos de ellas. El lunes no fue así y el fallo fue en cascada.
“La certeza absoluta en un sistema tan complejo como el eléctrico es imposible: el coste de que la probabilidad de apagón sea cero es infinito. Son tantos los elementos de incertidumbre que es imposible eliminar por completo el riesgo”, apunta Pedro Linares, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas. “Nos hemos acostumbrado a que las cosas siempre funcionan, y eso es bueno”.
¿Quiere este incidente decir que vamos hacia un sistema eléctrico más inestable o inseguro? ¿Que el apagón se puede repetir? “No lo creo” confía, rotundo, Alejandro Labanda, director de Transición Ecológica de la consultora BeBartlet. “Ha sido muy sorprendente: muchos recordábamos la imagen de miles de personas cruzando el puente de Brooklyn en el apagón de Nueva York de 2003, pero no pensábamos que pudiese suceder aquí”, completa José María Yusta, catedrático de la Universidad de Zaragoza especializado en sistemas eléctricos. Entre otras cosas, dice, porque Red Eléctrica de España (REE) estaba, “sin duda”, entre los operadores de referencia a escala europea y mundial.
“El apagón es una cura de humildad para todos”, dice José Luis Sancha, divulgador energético y profesor con una dilatada carrera en REE a sus espaldas. “De pronto hemos descubierto que el sistema era más vulnerable de lo que pensábamos”.
Dos fallos que no pueden repetirse. Un avión no se estrella por un solo fallo, técnico o humano, sino por una concatenación de ellos. A la espera de la letra pequeña sobre lo sucedido el lunes, hay dos cosas claras: algo provocó una súbita fluctuación en la tensión de la red y, muy poco después, algo fue mal para evitar que el apagón quedase encapsulado en una única zona o región de España y se acabase convirtiendo en lo que acabó siendo, un apagón nacional. El peor escenario posible.
Casi una semana después, “ya se debería empezar a saber qué ocurrió; o, al menos, algo que nos permitiera ir descartando hipótesis”, reclama Sancha, convencido de que lo acontecido acabará derivando en una amplia revisión de protocolos. Por dos motivos: la red ha cambiado mucho en los últimos años y ha entrado mucha generación distribuida, en su mayoría renovable.
“No nos podemos permitir como país que algo como lo que sucedió el lunes nos pueda volver a ocurrir. Es inaceptable. Pero también tenemos que valorar que algo tan complejo haya funcionado siempre con un nivel de fiabilidad tan alto”, reflexiona Carlos García Buitrón, fundador y director de la comercializadora eléctrica Ecovatios. Va un paso más allá: “Que se produjera un fallo entra dentro de lo posible, lo que no se entiende es que no se pudiera encapsular el problema en forma de un apagón local o regional. REE, que siempre ha sido considerada un caso de éxito, tiene protocolos para hacer eso. Pero, claramente, no funcionaron”.
…Y un acierto: la luz volvió relativamente pronto. El suministro se cayó en poco más de lo que tarda en caer un castillo de naipes: cinco segundos desde que se produjo el primer fallo. Pero regresó relativamente rápido, tanto en comparación con otras experiencias históricas como respecto a los estándares habituales para un fallo de esta magnitud. En Italia, en 2003, fueron 12 horas. En Nueva York y la costa Este de EE UU, también en 2003, hasta cuatro días, en según qué localidades. En Texas, en 2021, más de dos semanas.
“Hay que hablar más de lo poco que se tardó en restaurar el suministro”, valora Yusta por teléfono. “El simulacro de cero nacional que hacen los técnicos periódicamente ha sido fundamental para que fueran unas horas”. La reposición del servicio, agrega Sancha, “ha sido muy buena”. “No se le puede poner ninguna pega. Había que recuperar rápido el suministro y hacerlo con precisión, para evitar nuevos apagones. Y se consiguió”, remata.
Nada que ver con los temores de la crisis energética. Las búsquedas con la palabra “apagón” se multiplicaron en lo más crudo de la crisis energética, allá por 2021 y —sobre todo— en 2022. Se desató un repentino furor por los hornillos de gas y la coyuntura sirvió a los profetas del apocalipsis para sembrar el temor. El gran apagón, venían a decir, vendría por un déficit de generación: no habría suficiente producción de electricidad para abastecer la demanda.
Lo sucedido el lunes es un animal de muy distinto pelaje. Lejos de faltar, en el momento del incidente sobraba energía: había tres reactores nucleares y un sinfín de centrales de ciclo combinado (gas) parados. Como en prácticamente todos los días soleados de primavera, España exportaba en ese momento electricidad a Francia y a Portugal. “El corte de suministro se ha debido a un fallo operativo, no de oferta”, sintetiza Labanda.
Las renovables son una bendición, pero quizá necesiten compañía. Como la prima de riesgo en la crisis financiera, un par de términos de lo más técnico —firmeza, generación síncrona— amenazan con dar el salto de los cenáculos ingenieriles al corazón del debate público. La razón detrás de ese salto repentino es la conjetura, aún por probar, de que el apagón tuviera que ver con un desequilibrio entre generación no firme (la fotovoltaica o la eólica) y firme y síncrona (la que aportan los saltos de agua, los ciclos combinados de gas o los reactores nucleares).
“Un sistema 100% renovable [un paradigma al que España ya se acerca algunos días de primavera] es perfectamente posible, pero tiene tres retos: de frecuencia, de control de tensión (por exceso o por defecto) y de posibles cortocircuitos. Lo ocurrido debería ir, en principio, por alguno de esos tres flancos”, constata Linares.
Tanto el incidente como la propia dinámica del mercado eléctrico español, con precios cero cada vez más recurrentes en las horas centrales del día, invitan a pensar en la conveniencia de acelerar en dos frentes: el de la inversión masiva en almacenamiento (centrales de bombeo y, sobre todo, baterías a pequeña y gran escala) y el de convencer a Francia de la necesidad imperiosa de aumentar las interconexiones pirenaicas para dar salida a los excedentes españoles de solar y eólica —una auténtica bendición económica y ambiental— y, a la vez, beneficiarse de la estabilidad de la sempiterna apuesta nuclear del país vecino.
“Es un gran toque de atención: la interconexión es débil y no tenemos prácticamente almacenamiento en comparación con otros países con alta penetración de renovables”, ilustra García Buitrón. “Texas, por ejemplo, se puso a invertir a lo bestia en almacenamiento después del apagón de 2021. La tecnología está”, añade en referencia a los inversores de nueva generación —dispositivos electrónicos que, instalados en plantas solares y eólicas, mantienen la tensión y la frecuencia de la red— y las propias baterías, que están viviendo un salto tecnológico similar al de la fotovoltaica en las dos últimas décadas.
“Hay que invertir mucho más en almacenamiento, en interconexiones y, también, en redes. Y debemos evitar convertir esto en un debate entre prorrenovables y pronucleares: está claro que hay que ir hacia un modelo de renovables y almacenamiento, con más inversión en redes”, sentencia Yusta. Labanda añade un debe: el necesario aumento de la demanda eléctrica. “En los últimos años ha entrado mucha generación, sobre todo renovable, pero apenas hemos conseguido electrificar calefacciones y transporte, y los consumos industriales no han crecido”.
Los servicios públicos funcionan. Hubo cierta incertidumbre inicial en algún hospital porque los técnicos no sabían arrancar el grupo electrógeno, pero el balance sanitario del apagón no dejó incidentes graves en uno de los test de estrés más exigentes que se recuerdan.
La movilización de servicios públicos fue total: la policía suplió a los semáforos dirigiendo el tráfico en muchos puntos, la Unidad Militar de Emergencias (UME) rescató a pasajeros atrapados en trenes, suministró combustible a hospitales, distribuyó mantas y comida en las estaciones de Atocha y Chamartín de Madrid, o Delicias en Zaragoza, y los equipos de bomberos y protección civil se multiplicaron. En definitiva, el despliegue masivo de efectivos dio resultado.

La sociedad civil, ejemplar. “Noche tranquila y sin incidentes destacables de seguridad ni de orden público”, apuntaba el Ministerio de Interior en la mañana del martes, con el suministro ya recuperado en la práctica totalidad de España. La ausencia de saqueos y actos de vandalismo y la calma dentro de la lógica preocupación que transmitió la población fueron una demostración de civismo.
Los gestos espontáneos fueron también numerosos, desde voluntarios que se enfundaron un chaleco reflectante para ordenar el tráfico en las grandes arterias urbanas, a vecinos de pueblos que dieron de comer a pasajeros de trenes varados en zonas rurales.
La comunicación de crisis, mejorable. El Gobierno se enfrentó a momentos de gran confusión tras el cero eléctrico. Llegaron a publicarse noticias de que el apagón afectaba también a Alemania o Marruecos, por lo que hubo llamadas a las embajadas españolas para contrastar unas informaciones que en muchos casos se demostraron falsas.
Según una encuesta del CIS, publicada ayer, casi un 60% de los españoles cree que el Gobierno no dio suficiente información el día del apagón. Y hubo críticas al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por tardar cinco horas y media en comparecer para dar explicaciones sobre la crisis. Dos factores retrasaron ese momento: la falta de información fiable con que contaba el Ejecutivo y la desconexión de los potenciales receptores del mensaje, dado que las televisiones no funcionaban y el acceso a internet era muy minoritario.
Luis Arroyo, experto en comunicación que ha diseñado estrategias para las principales empresas españolas, organismos como Naciones Unidas o el Banco Mundial, y para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, vivió el apagón mientras participaba en un programa en TVE. Cree que el manual dice que hay que ir al lugar donde pasan los hechos cuanto antes, y Sánchez fue ágil en llegar al centro de control de Red Eléctrica, por lo que estima que la respuesta fue la adecuada. Con dos excepciones, que tilda de menores: “Habría hecho alguna declaración, aunque fuera de diez o veinte segundos al entrar o salir de Redeia, algo sencillo, porque en ese momento había radio, y la gente quiere escuchar al presidente. Su voz habría venido muy bien antes de las seis de la tarde. Y segundo, habría respondido preguntas al final de la comparecencia. Al final, sabes perfectamente lo que te van a preguntar”.

En cuanto a Red Eléctrica, Arroyo no ve relevante que su presidenta, Beatriz Corredor, tardara 45 horas en hablar y delegara en un subalterno, el director del servicio de Operaciones, Eduardo Prieto, la comunicación inicial. Algo que ha sido criticado. “Ella no es una técnica del asunto. Emitieron un comunicado media hora después del apagón, y antes de las tres de la tarde ya dijeron que el restablecimiento llevaría entre seis y diez horas. Recibimos información puntual de lo poco que se sabía”, defiende.
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