A los 93 años nos ha dejado la compositora más singular de la que fue la generación posterior a Shostakóvich. Una generación que alzó la voz contra el realismo socialista oficial y que alcanzó a ver su final. Sofía Gubaidulina ha fallecido este jueves, 13 de marzo, en su casa de Hamburgo. Nació en 1931 en la ciudad tártara de Chístopol, un origen del que ella siempre hizo bandera como cruce de referencias culturales entre oriente y occidente. En los años cincuenta, tras el fallecimiento de Stalin en 1953, Gubaidulina se hizo notar junto a amigos y camaradas del Conservatorio de Moscú, colegas como Alfred Schnittke, Edison Denisov o Arvo Pärt. Con ellos realizó un recorrido que les condujo desde la mirada complaciente de Shostakovich hasta las vanguardias atonales europeas, que apenas vislumbraban por las fisuras de la censura. Pronto cada uno seguiría sus propios caminos y el de Gubaidulina sería uno de los más rigurosos: influencias étnicas, un sentimiento religioso profundo y una completa rebeldía contra la asfixiante atmósfera de los estertores estalinistas. Finalmente, al llegar el final del régimen soviético, el grupo se convirtió en la remozada imagen de la perestroika en música.
La creadora musical fue la más singular de una generación que alzó la voz contra el realismo socialista oficial
A los 93 años nos ha dejado la compositora más singular de la que fue la generación posterior a Shostakóvich. Una generación que alzó la voz contra el realismo socialista oficial y que alcanzó a ver su final. Sofía Gubaidulina ha fallecido este jueves, 13 de marzo, en su casa de Hamburgo. Nació en 1931 en la ciudad tártara de Chístopol, un origen del que ella siempre hizo bandera como cruce de referencias culturales entre oriente y occidente. En los años cincuenta, tras el fallecimiento de Stalin en 1953, Gubaidulina se hizo notar junto a amigos y camaradas del Conservatorio de Moscú, colegas como Alfred Schnittke, Edison Denisov o Arvo Pärt. Con ellos realizó un recorrido que les condujo desde la mirada complaciente de Shostakovich hasta las vanguardias atonales europeas, que apenas vislumbraban por las fisuras de la censura. Pronto cada uno seguiría sus propios caminos y el de Gubaidulina sería uno de los más rigurosos: influencias étnicas, un sentimiento religioso profundo y una completa rebeldía contra la asfixiante atmósfera de los estertores estalinistas. Finalmente, al llegar el final del régimen soviético, el grupo se convirtió en la remozada imagen de la perestroika en música.
Sofía Gubaidulina no era la primera mujer compositora de la Unión Soviética; habría que señalar a Elena Firsova y Galina Ustvolskaya que habían abierto ese camino. Esta última fue alumna directa de Shostakóvich y las malas lenguas han sugerido que quizá algo más, se la consideraba la más independiente y excéntrica de los compositores de Leningrado. Una de las paradojas del régimen soviético es que, pese al control por momentos angustioso, proporcionaron un ejemplo de integración de la mujer en la composición que Occidente tardó mucho en continuar.
Cuando Gubaidulina y sus compañeros se dieron a conocer en Occidente en los años ochenta, se produjo una oleada de solidaridad y asombro. Fueron unos tiempos felices en los que Rusia parecía convertirse de pronto en un país confiable y con unos misterios artísticos de los que emanaba un aroma fresco, mezcla de novedad y robustas raíces populares y étnicas, sin obviar el aroma espiritual, pero sin dogmas, al modo del cineasta Andréi Tarkovski.
En el centro de tanta novedad, la condición de mujer compositora de Gubaidulina, una de las primeras de esa talla, se convertía, de hecho, en un extra que refrescó aún más el mensaje. Pronto se convirtió en el centro de numerosas atenciones, encargos, estrenos y consideraciones. En 1992 se trasladó a vivir a Hamburgo, donde residió hasta su reciente fallecimiento. Allí se encuentra la casa editorial Sikorski, que acogió, y aún continúa haciéndolo, a los creadores de la extinta área soviética.
A Gubaidulina le han amparado algunos de los mejores intérpretes, como los violinistas Guidon Kremer y Anne Sophie Mutter; directores como sir Simon Rattle, Gennady Rozhdestvensky, Kurt Masur o Valery Gergiev. Y el capítulo de premios concedidos es extenso: Japón, Dinamarca, Suecia, Francia o Alemania son países a los que se sumó España con la distinción del Premio de Composición Fronteras del Conocimiento BBVA en 2017. Su entrada en la Wikipedia, con esos reconocimientos tan raros que hace, le ha situado entre los 100 compositores vivos más interpretados del mundo a partir de 2014, y desde 2022, la mujer mejor posicionada en dicha lista, siendo la séptima en términos globales.
Y es justo reconocer que también España, aparte del citado premio, ha reconocido a Gubaidulina en innumerables programas, entre los que destaca la Carta blanca concedida por la Orquesta Nacional de España en 2009, con un programa de cinco conciertos, un encuentro personal con la compositora, así como un libro programa de excelente factura. Seguro que Gubaidulina descansará en paz, en este turbio momento en el que su país vuelve a ofrecer unos comportamientos levantiscos, tan alejados de las promesas de la perestroika que ella encarnó en música.
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