La apología de la neutralidad equidistante y objetiva suele ser patrimonio de quienes prejuzgan el partidismo irrefrenable de los demás, en un lado y otro (sin que los afecte a ellos, por supuesto). El Confidencial podría llevarse de calle el primer puesto en el ranking de esta autopercepción, y algunos de sus mejores colaboradores también, como José Antonio Zarzalejos y Ramón González Ferriz (con él precisamente departí amigablemente hace unos días sobre este mismo asunto, y acaba de escribir sobre ello en ese digital). Enarbolar la bandera de la neutralidad convierte al portador de forma automática en un hombre justo, ajeno a la diatriba lamentable de los medios miserablemente partidistas y el único capaz de decirle las verdades al poder (en particular, el poder de La Moncloa). Por eso, González Ferriz echa de menos que los medios de izquierdas (por contraposición, se supone, a los medios de derechas menos El Confidencial, que no es de uno y ni de otro sino impávidamente neutral) no sacudan al Gobierno como le convendría a Pedro Sánchez, para ver si así mejora y prospera adecuadamente.
Las múltiples cabeceras conservadoras de Madrid convierten en sentencia firme lo que apenas son indicios o declaraciones de una inconsistencia infantil
La apología de la neutralidad equidistante y objetiva suele ser patrimonio de quienes prejuzgan el partidismo irrefrenable de los demás, en un lado y otro (sin que los afecte a ellos, por supuesto). El Confidencial podría llevarse de calle el primer puesto en el ranking de esta autopercepción, y algunos de sus mejores colaboradores también, como José Antonio Zarzalejos y Ramón González Ferriz (con él precisamente departí amigablemente hace unos días sobre este mismo asunto, y acaba de escribir sobre ello en ese digital). Enarbolar la bandera de la neutralidad convierte al portador de forma automática en un hombre justo, ajeno a la diatriba lamentable de los medios miserablemente partidistas y el único capaz de decirle las verdades al poder (en particular, el poder de La Moncloa). Por eso, González Ferriz echa de menos que los medios de izquierdas (por contraposición, se supone, a los medios de derechas menos El Confidencial, que no es de uno y ni de otro sino impávidamente neutral) no sacudan al Gobierno como le convendría a Pedro Sánchez, para ver si así mejora y prospera adecuadamente.
Afear al Gobierno sus errores, según este punto de vista, está fuera de la dieta informativa de periódicos y medios de izquierdas —y los que cita el autor son EL PAÍS, Eldiario.es, La Vanguardia, la SER o el programa de La Sexta El intermedio— porque su única aspiración como medios de información es perpetuar en el poder al Gobierno de Sánchez a toda costa y sin hacer prisioneros. El mejor método para esa cruzada es obviar, surfear, minimizar o abandonar en el rincón de pensar las noticias que puedan resultar dañinas para La Moncloa.
No parece advertir este argumento que la valoración de la presunta putrefacción que corroe de cianuro moral e inmundicia política a este Gobierno impide aplicar neutralidad alguna. Lo que El Mundo, Abc, El Confidencial y lo que podríamos llamar ultramedios sin escrúpulos consideran la dictadura del apocalipsis y la degradación inédita en 2.000 años (aproximadamente) de historia puede razonablemente ser valorado también de otro modo estudiando con cuidado y con tiempo el alcance de los hechos objetivos, los datos disponibles, las investigaciones fehacientes, las averiguaciones fiables y todo ello bajo la exigencia de calibrar la gravedad deducible de los datos, y no de los titulares sentenciosos y la verborrea enfermiza de los líderes políticos.
No parece ser esa la práctica más común entre las múltiples cabeceras que en Madrid abandera la derecha —a veces incluso como prescriptores de la conducta de sus líderes políticos, de forma tampoco exactamente neutral—, cuando convierten en sentencia firme y hecho probado lo que apenas son indicios, pistas, declaraciones de una inconsistencia infantil. No parece asaltarles la legítima inquietud democrática ante el hecho de que una parte de la judicatura abra causas basadas en recortes de periódicos, noticias falsas, informaciones manipuladas o declaraciones anónimas. Ahí caben desde bolsas de oro macizo hasta imputaciones sistemáticamente archivadas por los jueces contra partidos como Podemos o contra Ada Colau, como caben también hechos delictivos graves como los que presuntamente afectan al exministro José Luis Ábalos.
Tampoco el bloqueo de los órganos institucionales e impedir que se ajusten a las legítimas mayorías parlamentarias parece otra cosa que la colonización intensiva del Estado por parte de Sánchez, según esta neutralidad permisiva con el incumplimiento institucional de las obligaciones del partido que pierde el Gobierno y enérgicamente neutral en la exigencia al Gobierno. La presunción de neutralidad parece ser exigible a lo que llaman con guiño cómplice medios de izquierdas porque los de derechas la llevan de carril y es consustancial a su probidad y ecuanimidad congénita. No hay para tanto, según dicta la neutralidad, ante el racismo cerril, el machismo desacomplejado y la homofobia militante de Vox, y tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza por la radicalización de la derecha de este país, ni se ve tampoco falta alguna de neutralidad en desacreditar sin límite a un personaje crucial para los intereses españoles (y europeos) como Teresa Ribera. Si esa es la neutralidad ejemplar de los medios que no son de derechas ni de izquierdas porque se presuponen neutrales y ecuánimes, resulta verdaderamente paradójico que la decantación sistemática de sus posiciones políticas hacia la derecha coincida una y otra vez con la exquisita neutralidad de quienes contrastan hasta el desvelo sus informaciones, no hiperbolizan hechos nimios, tasan con justiprecio admirable los indicios o evitan el escándalo mediático basado en cabriolas mentales y fantasías logorreicas.
Puede ser verdad que la neutralidad en los medios deba ajustarse a la exquisita ponderación de Alberto Núñez Feijóo y los demás no sepamos percibirla por afán de perpetuación del enrocado Sánchez en La Moncloa, y puede por tanto que sea rigurosamente cierto que confundir las denuncias de un presunto delincuente como Víctor de Aldama con hechos probados y condena judicial firme sea la ejemplar neutralidad que otros no sabemos acatar. A mí me parece una genuina temeridad política que el líder de la derecha dé por veraces las acusaciones de Aldama y afirme que “se ha confirmado que el Gobierno apesta a mentiras y corrupción”, nada más y nada menos que dando plena confianza a un empresario en prisión (e inmediatamente liberado tras las declaraciones), y pendiente de dirimir judicialmente si ha estafado 180 millones de euros a la Hacienda pública. Sin duda la función de los susodichos medios de izquierdas es ponderar, tasar, calibrar y contrastar las informaciones que afectan al Gobierno y actuar en consecuencia. Pero titular como hizo El Confidencial “Una adjudicación a una constructora gallega desató el enfado de Cerdán y el supuesto pago de 15.000 euros” da por probado un enfado que está solo en la declaración de Almada y es evidente desinformación porque nadie más que Aldama ha podido probar si se enfadó o no se enfadó Cerdán. El titular ha corrido más que la verdad probada. Eludir ese mecanismo que convierte en verdad una mera conjetura o declaración es lo que hacen los medios profesionales, tradicionales o no, por fortuna reacios a secundar la estrábica neutralidad de la galaxia de medios de la derecha.
España en EL PAÍS