En entrevista con Iker Casillas, Luis Figo desmintió un rumor que lleva corriendo por ahí desde hace años, según el cual, a la llegada de Zidane al Madrid, Figo se negaba a darle el balón. La versión más rebuscada del chisme habla de que Florentino intercedió para devolver las cosas a su cauce. Tras la intervención del presidente, Figo se acordó de darle la pelota a Zidane.
Bajo la presión de ochenta mil personas, el jugador es un amasijo de nervios que se avergüenza cuando falla, que no le importa arriesgar la pierna en una disputa y que aspira a la gloria en la siguiente jugada
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos
Bajo la presión de ochenta mil personas, el jugador es un amasijo de nervios que se avergüenza cuando falla, que no le importa arriesgar la pierna en una disputa y que aspira a la gloria en la siguiente jugada


En entrevista con Iker Casillas, Luis Figo desmintió un rumor que lleva corriendo por ahí desde hace años, según el cual, a la llegada de Zidane al Madrid, Figo se negaba a darle el balón. La versión más rebuscada del chisme habla de que Florentino intercedió para devolver las cosas a su cauce. Tras la intervención del presidente, Figo se acordó de darle la pelota a Zidane.
Es el tipo de historia que rueda gracias al desconocimiento de los pequeños recovecos del fútbol profesional. Figo dice, con razón, que “cuando en medio de una jugada te dices, ‘a ese se la doy y a ese no’, ya te quitaron el balón”. Cierto. Muchas jugadas del urgente fútbol las resuelve el instinto con su conocida prisa. Además, la multitud empuja a la emoción y el jugador está más preocupado en no hacerlo mal que en especular. Hay una razón más, la honestidad profesional, tan importante en la cancha como en la vida. Podemos evitar ir a cenar con quien no sintonizamos. Pero en mitad de un partido, hay que ser muy cretino para sabotear el plan general solo porque un compañero no te cae bien.
Toda profesión tiene sus singularidades, pero la del fútbol está tan expuesta al juicio popular que es víctima de prejuicios que el tiempo va consolidando. Hay uno que oí muchas veces con respecto a jugadores muy buenos, pero de aire un poco melancólicos y de juego irregular. La voz del pueblo dicta sentencia con este tipo de crack: “Juega cuando quiere”. Diré, como defensa gremial, que los futbolistas somos demasiado vanidosos como para jugar solo cuando nos da la gana. Así que habrá que buscar otras razones. Tras un partido, un jugador de verdad solo tiene tranquilidad de conciencia cuando sabe que ha jugado bien. De lo contrario, ni hay consuelo ni hay quien duerma.
Otra acusación bastante común es la de creer que al jugador no le importa perder y los porqués abundan. Porque qué les va a importar con el dinero que ganan, porque no sienten el escudo, porque están en otra cosa… Cuando Oscar Ruggeri jugaba en el Madrid, hizo un mal partido frente al Barça y, además, el equipo perdió. Como tras el pitido final lo había visto mortificado camino del vestuario, al día siguiente lo llamé para invitarlo a comer. “¿A comer?”, me dijo, “vos estás loco. Todavía no me asomé a la ventana de mi casa para que no me vea el jardinero de la vergüenza que tengo”. Con ese tipo de humillaciones también convive el futbolista de verdad.
Todo esto viene a cuento porque mientras veía exprimirse a los jugadores en las dos semis de la Copa del Rey, algunos con calambres hasta en las pestañas, daban ganas de gritar: “Paren de correr, que no les conviene”. Porque a mitad de la batalla se abría paso una pregunta razonable: ¿conviene dejarse el alma en un partido de Copa del Rey, haciendo esfuerzos que se van a terminar pagando en la Liga o en la Champions? No importa si conviene o no conviene, cuando se está en medio de la lucha nadie es capaz, dentro del campo, de meditar sobre el bien y el mal. Jugar es una cosa muy seria que nos desconecta de la realidad. Hasta en un partido entre amigos el que siente el fútbol desconecta sus cables más sensatos.
En un estadio más aún. Bajo la presión de ochenta mil personas, el jugador es un amasijo de nervios que se avergüenza cuando falla, que no le importa arriesgar la pierna en una disputa y que aspira a la gloria en la siguiente jugada. Digan lo que digan.
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Sobre la firma

Jorge Valdano es columnista de EL PAÍS y comentarista de Mediapro para Movistar. Exjugador de fútbol, campeón del mundo con Argentina en 1986, también fue entrenador. Ocupó la dirección deportiva y la dirección general del Real Madrid en dos etapas en el club blanco, donde fue además futbolista y técnico. Ha escrito varios libros.
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