El revés cruzado de Jannik Sinner, su enésimo disparo crujiente y perfecto, redondea el segundo entorchado del número uno en Melbourne y confirma lo sospechado: es el dueño del momento. La pregunta es, ¿hasta cuándo durará? ¿es posible sostener este paso tan diligente? ¿podrá Carlos Alcaraz o algún intrépido novedoso frenar este desfile que se dirige hacia lo rutinario? El italiano (6-3, 7-6(4) y 6-3, en 2h 42m) se atusa la mata de pelo y consuela después con deportividad a Alexander Zverev, de palo en palo el de Hamburgo: tres grandes finales, tres dolorosas derrotas. Exactamente el mismo recuento del campeón, pero a la inversa, de modo que Sinner iguala ya a Arthur Ashe, Jan Kodes, Guga Kuerten, Andy Murray y Stanislas Wawrinka, tres majors por cabeza todos ellos, y se sitúa a uno del murciano, viéndolo este a través de la televisión. A la espera de que el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) decida en abril sobre el episodio del clostebol, el vencedor sigue a lo suyo: intratable.
El número uno revalida el título australiano merced a un recital de control ante Zverev (6-3, 7-6(4) y 6-3) que le reporta su tercer grande, segundo consecutivo
El revés cruzado de Jannik Sinner, su enésimo disparo crujiente y perfecto, redondea el segundo entorchado del número uno en Melbourne y confirma lo sospechado: es el dueño del momento. La pregunta es, ¿hasta cuándo durará? ¿es posible sostener este paso? ¿podrá Carlos Alcaraz o algún intrépido novedoso frenar este desfile que se dirige hacia lo rutinario? El italiano (6-3, 7-6(4) y 6-3, en 2h 42m) se atusa el pelo y consuela después con deportividad a Alexander Zverev, de palo en palo el de Hamburgo: tres grandes finales, tres dolorosas derrotas. Exactamente el mismo recuento del campeón, pero a la inversa, de modo que Sinner iguala ya a Arthur Ashe, Jan Kodes, Guga Kuerten, Andy Murray y Stanislas Wawrinka, tres majors por cabeza todos ellos, y se sitúa a uno del murciano, viéndolo este domingo por la televisión. A la espera de que el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) decida en abril sobre el episodio del clostebol, el vencedor sigue a lo suyo.
Atrás queda ya su compatriota Nicola Pietrangelli, dos grandes cetros, y por delante asoma para el resto la dificilísima misión de fijarle el límite. Él, 23 años; Zverev, en dirección a los 28, sigue sin el bocado deseado. Es un gigante herido, una generación nacida para el castigo. Se encoge de brazos. “Jannik, eres demasiado bueno. No he tenido opción”, se inclina el número dos del mundo. “Creo que estamos haciendo un buen trabajo, pero no soy lo suficientemente bueno, simplemente eso”, se sincera el torreón, quien ha probado la gloria maestra, de los Masters 1000, del cielo olímpico. No la de un major. “Sigue confiando en tus posibilidades, todos creemos que algún día levantarás uno de estos. Sigue trabajando”, le recomienda Sinner, estajanovista de manual, coronado después de dos semanas en las que más allá de un par de episodios físicos, no ha encontrado oposición real. El broche sigue idénticos parámetros, en línea recta para él. No hay giros, sino una compuerta cerrada a cal y canto.
Vuelan los primeros pelotazos y se dice que esto huele a enredo y que tal vez vaya para largo. Porque ahí está este Zverev firme, transmitiéndole al italiano que no va a rehuir el cuerpo a cuerpo, que él también tiene ritmo, astucia y riqueza de golpes, y que en el caso de que el tema se estire y se traduzca en una prueba de larga distancia de las que tanto ha disfrutado Melbourne, no le faltarán piernas ni pulmones. No esta vez. Se aprecia un salto físico, pero lo de Sinner son palabras mayores. Él, elogio a la cadencia, como el inigualable Indurain en aquellas contrarrelojes tan aplastantes, marca el paso y propone el rumbo del punto; pocos o nadie lo siguen. Han transcurrido ya 40 minutos, apenas se han dirimido siete juegos y el alemán resuelve las primeras situaciones de alerta con varios saques marca de la casa, pero el equilibrio va deshaciéndose. Suena un grito mariachi y circula el pollo rebozado por la grada, ansiosa por saber y comprobar: ¿Habrá de verdad batalla?

El hilo se rompe. Sinner aprieta fuerte y empieza ahogar, y la aparente consistencia del rival va desmenuzándose de manera fría y seca, al más puro estilo del italiano; puro tenis-control, velocidad sostenida, armonía renacentista en esa forma de moverse, flotar, maniobrar y acelerar, qué barbaridad; saca el escobón y barre de un lado a otro, delineante él, tirando trayectorias perfectas y afeitando la coronilla de la red una y otra vez, preciso y milimétrico hoy como ninguno; él es el último robot, un Borg, un Lendl, un Djokovic, integrándose poco a poco en esa estirpe de campeones que entran en trance y no regalan nada. Podría estar así días y días. El peloteo, su mundo. Su hogar. Vistos los episodios en dirección a la final, quedaba por comprobar cómo respondería su cuerpo, resentido un día por el calor y la fatiga, y en las semifinales acalambrado. Hoy, sin embargo, fluye, percute y disfruta de la tarea, cómodamente instalado en la agradable tarde de Melbourne, ni frío ni calor; 21 grados neutros.
Ninguna opción de ‘break’
Sopla una leve brisa que no llega a alterar el vuelo de la pelota, así que en ese contexto amable para el juego, toda esa precisión y esa exactitud de su tenis mecánico y rompedor alcanzan su máxima expresión. Game, Sinner, dispara el juez de silla. Con la rotura del octavo juego, el número uno decanta la primera manga y mantiene el tono en la segunda, sin remisión, sin abrir una sola vez la puerta a un Zverev resiliente que, pese a lo delicada de la situación y de esa angustia interior que inevitablemente va creciendo y amenazándole, no se amilana ni vuelve la cara ni pierde el color. Aquí me tienes, Jannik. Vas a tener que currártelo. Entero el alemán hasta aquí. Camina sobre un filo alambre el alemán, mientras los periodistas de su país —contraste de barrigas cervezeras y torsos de Heracles— observan e imaginan a su chico triunfando por primera vez, y eso les daría una vidilla que añoran desde Boris Becker.

Mera ilusión. En el desempate, la propuesta corrosiva del italiano termina otra vez surtiendo efecto y, por si fuera poco, todo conspira a su favor: el derechazo liftado pega violentamente en la malla y al suspenderse verticalmente, de abajo arriba, ¿dónde aterrizará?, acaba cayendo hacia el lado contrario. La punzada en el ánimo de Sascha es monumental. Cambian sus andares. Mira al suelo. ¿Cómo demonios puedo darle la vuelta a esto? Ahí delante hay una macchina. No hay manera de encontrar la rendija. Los porcentajes del pelirrojo con el primer servicio son abrumadores, casi insultantes: un 85% de entrada, un 90% para continuar y un 75% para completar. La grada empieza a dar por segura la victoria y a aceptar que todo ha cambiado mucho. Hace un año, Sinner se revolvía y remontaba dos sets a Daniil Medvedev para campeonar y alzar su primer Grand Slam, pero lo de ahora es completamente diferente; su tenis de granito envuelve los torneos de evidencia y se apodera del momento.
Sucedió en el verano de Nueva York y ocurre de nuevo en este primer grande de 2025, que se intuye como un litigio a dos bandas con Alcaraz pero que, de momento, arranca al mismo ritmo de monólogo con el que terminó el ejercicio anterior. Sinner, una trituradora. Sinner, un ciclón. Sinner, una ametralladora sobre pista dura; 21 triunfos encadenados y cuatro trofeos desde que cediera en la final de Pekín, en octubre. Sigue y sigue. ¿Y si ha nacido una tiranía? ¡No hay manera! Maldita sea, piensa Zverev, que lo intenta por todos los medios, explora posibilidades y no lo hace nada mal; sin embargo, el de San Cándido no reduce de marcha ni a tiros, qué sufrimiento para el alemán, qué maravilla para los amantes de la dominación. Eso es poderío. Otro break, la guinda. Poco que hacer ante un competidor superlativo que se ha convertido en la última quimera, cada vez más fuerte, cada día más sobrado; Melbourne le aplaude y él conserva el gesto imperturbable: esto es solo un inicio.
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