El gran productor que pocos recuerdan

Pueden parecer los típicos golpes de pecho simiescos del periodista musical empeñado en celebrar un hallazgo: legendario productor hoy olvidado, facilitador de obras maestras, hombre misterioso del rock de la década prodigiosa, bla bla bla… Resulta que este personaje deliberadamente evitó su mitificación, puede incluso que no valorara especialmente su obra. A diferencia de un Phil Spector, no hay libros sobre la trayectoria musical de Tom Wilson, todavía no ha sido objeto de documentales. También es cierto que no tenía un sonido único: cómplice del jazz de vanguardia, definidor del folk-rock, partero de propuestas distintas.

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 Tom Wilson fue el atípico hombre en la sombra en varios de los discos definitorios de los años sesenta  

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Columna

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Tom Wilson fue el atípico hombre en la sombra en varios de los discos definitorios de los años sesenta

Tom Wilson, frente a los estudios ABC de Nueva York, en 1967.
Diego A. Manrique

Pueden parecer los típicos golpes de pecho simiescos del periodista musical empeñado en celebrar un hallazgo: legendario productor hoy olvidado, facilitador de obras maestras, hombre misterioso del rock de la década prodigiosa, bla bla bla… Resulta que este personaje deliberadamente evitó su mitificación, puede incluso que no valorara especialmente su obra. A diferencia de un Phil Spector, no hay libros sobre la trayectoria musical de Tom Wilson, todavía no ha sido objeto de documentales. También es cierto que no tenía un sonido único: cómplice del jazz de vanguardia, definidor del folk-rock, partero de propuestas distintas.

En la Universidad de Harvard, Wilson usó sus contactos y su labia para conseguir la financiación de un sello consagrado al “jazz avanzado”, Transition Records. Efectivamente, allí debutaron Cecil Taylor, Sun Ra y hasta trató con John Coltrane; como era de temer, las cuentas no salieron. Duró dos años, de 1955 a 1957, y Wilson extrajo lecciones profesionales. A partir de entonces, funcionó como productor de plantilla, a sueldo de discográficas establecidas.

Otra enseñanza: la conveniencia de entrar en el negocio del pop. Asombrosamente para un negro tejano, en 1964 estaba en la compañía más blanca y anglosajona, Columbia Records, encargado de las grabaciones de folk de los irlandeses Clancy Brothers o de un cantautor en ascenso, Bob Dylan. Este quería recuperar el pulso rock de sus inicios y Wilson supo arroparle con una banda de eficaces músicos en el álbum Bringing It All Back Home y en el cataclísmico tema Like a Rolling Stone. Ese mismo año, añadió fondo eléctrico a The Sounds of Silence, de Simon & Garfunkel. Se supone que no avisó a los artistas, que decidieron no protestar cuando, por sorpresa, se vieron en el nº 1 de las listas estadounidenses.

Con ese currículum —y también presentaba un respetado programa de radio— consiguió un mejor contrato con MGM, discográfica potente que necesitaba renovación. Trabajó con artistas de la casa como Animals o The Blues Project. Como cazatalentos, era ecléctico: fichó a bandas tan incompatibles entre sí como los neoyorquinos The Velvet Underground y los californianos The Mothers of Invention. Con estos últimos demostró cintura: creía que eran un simple grupo de blues-rock, pero su líder, Frank Zappa, quería romper moldes.

Flexibilidad y quizás algo de desidia. Testigos de sus sesiones de 1967-1968 hablan de un productor imperturbable, que dejaba hacer mientras leía el Wall Street Journal o hablaba con su agente de bolsa. Ocurre que lo más exótico de Tom Wilson no era el color de su piel en el pálido mundo del rock. Su ideología resultaba chocante en un medio tan cool: republicano desde sus años de estudiante, no ocultaba que le encantaba especular con su dinero.

Y solía ganar en el parqué. En los setenta, abandonó la primera línea de combate, se desentendió de la guerra entre artistas ambiciosos y disqueras cautelosas. Gestionó negocios musicales, invirtió en el estudio Record Plant. Sospecho que no creía que sus anteriores labores fueran algo relevante. Tal fue mi experiencia: a través de la oficina neoyorquina de CBS, conseguí su dirección. Le escribí ensalzando su grandeza y planteando algunas preguntas sobre su trabajo como productor. No respondió y no pude insistir: un infarto le tumbó en 1978.

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Sobre la firma

Diego A. Manrique

Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro ‘El mejor oficio del mundo’. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia. 

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Phil Spector, de pie, en una imagen de la serie sobre el productor musical.
Paul Simon (d) y Art Garfunkel.

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