La Eurocopa, como los Juegos Olímpicos, coronaron a una escuela admirable, la española. Lo festejamos poco, lo olvidamos pronto y no lo analizamos nada. Como si el Madrid y el Barça se hubiesen comido el fútbol entero, incluyendo a esta admirable Selección, en la que Luis de la Fuente baraja y da de nuevo en cada partido con resultados sorprendentes.
La inteligencia, la imaginación y la técnica, armas sutiles que, con la suficiente personalidad para imponerse, acaban dominando el juego
La Eurocopa, como los Juegos Olímpicos, coronaron a una escuela admirable, la española. Lo festejamos poco, lo olvidamos pronto y no lo analizamos nada. Como si el Madrid y el Barça se hubiesen comido el fútbol entero, incluyendo a esta admirable Selección, en la que Luis de la Fuente baraja y da de nuevo en cada partido con resultados sorprendentes.
Un contexto adecuado y una gran masa crítica da individuos sobresalientes. Rodri es el rey del fútbol. Raro que le haya tocado a un mediocampista, pero más raro aún es que el Balón de oro no lo tengan Xavi o Iniesta. Al fin y al cabo, jugadores que imponen el ritmo, que dan fluidez al juego, que aclaran el partido cuando el desorden lo oscurece y que son capaces de construir belleza con un toque.
No pretendo quitarles jerarquía a los delanteros, jugadores que dinamitan los partidos con sus goles desequilibrando en la zona más complicada del campo. Honor a todos, empezando por Vini para que no me atropelle el madridismo. Pero hablar de mediocampistas es hablar del fútbol español, fábrica inagotable de jugadores que conocen la ciencia del juego.
Como fue una semana de reencuentro con la Selección, volveré a un tema que me atrae. Lo físico impresiona. Uno mira cantar el himno de países con pasado colonialista, y la presencia portentosa de los futbolistas de color, intimida. Sabemos desde Pelé que la raza negra está hecha para jugar al fútbol divinamente. Ante estos formidables atletas o esos ejemplares monumentales, tipo Haaland, que desde el norte de Europa contribuyen cada vez con más centímetros al desarrollo físico del fútbol, lo normal es acobardarse. Aquí llega lo hermoso de esta historia y del fútbol. Los jugadores españoles miran, hacia arriba, como crece cada año la altura media del futbolista, pero utilizan para enfrentarlos la inteligencia, la imaginación y la técnica, armas sutiles que, con la suficiente personalidad para imponerse, acaban dominando el juego.
Analicemos un dato que suele pasar desapercibido: la mayoría de los futbolistas profesionales son el hermano menor de la familia. Gente que, para sobrevivir ante la superioridad física de sus hermanos, apelan a la astucia, a la malicia, a la habilidad, al amague y a todas las formas de desequilibrio que ayudan a compensar la diferencia de tamaño. Si no, no ganan. Si no, no se divierten.
España hizo escuela del tiqui-taca porque tiene el problema del hermano menor. Hay que ingeniárselas para compensar la diferencia. Es la lucha por la supervivencia, pura adaptación. Solo que cuando es la inteligencia la que se siente interpelada, todo es más interesante, más atractivo. Si chocando gana él, esquivo. Si corriendo gana él, freno. Si saltando gana él, me anticipo o cuerpeo. Siempre hay fórmulas ingeniosas para vencer la obvia superioridad. En todas está implícita la inteligencia.
Que no se interprete esto como una denuncia a los colosales cuerpos a los que el gimnasio ayuda a esculpir. Son admirables en muchos sentidos. Ninguno de estos gladiadores es un piernas. Juegan bien hasta el punto de que son muchos los que animan con su fútbol ligas mayores. Lo que intento es poner en valor las sofisticadas y sutiles armas de las que el fútbol siempre se ha valido y que más me emocionan. El ingenio con que el oculto talento compite, y muchas veces se impone, al visible cuerpo. El recuerdo de David Silva, la vigencia de Cazorla, de los admirables Olmo, Pedri, Isco…
Rodri, elevado al trono como número uno, tiene un físico que contradice lo sustancial de este artículo. Ya es mala suerte. Pero tengo algo que alegar en mi defensa: juega tan bien como los bajitos.
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