La decisión de La Caixa de retornar su sede a Cataluña abre la incógnita de si provocará más movimientos en este sentido entre sus empresas participadas. La gran cuestión está relacionada con la eventual vuelta de su banco, CaixaBank, de Valencia a Barcelona. El movimiento no está encima de la mesa, según indican fuentes financieras. La especial sensibilidad del negocio bancario ante cualquier cambio e influencia política, así como el tamaño de la entidad en el mercado español, donde es el líder, justifican la decisión de mantenerse en la capital valenciana.
El banco ha duplicado sus activos y sumado unos cinco millones de clientes para consolidarse como el líder del mercado financiero nacional
La decisión de La Caixa de retornar su sede a Cataluña abre la incógnita de si provocará más movimientos en este sentido entre sus empresas participadas. La gran cuestión está relacionada con la eventual vuelta de su banco, CaixaBank, de Valencia a Barcelona. El movimiento no está encima de la mesa, según indican fuentes financieras. La especial sensibilidad del negocio bancario ante cualquier cambio e influencia política, así como el tamaño de la entidad en el mercado español, donde es el líder, justifican la decisión de mantenerse en la capital valenciana.
Desde octubre de 2017 —cuando CaixaBank, junto a la Fundación La Caixa y otros centenares de empresas catalanas, decidieron trasladar su sede social fuera de allí donde fueron fundadas— han cambiado muchas cosas. Lo esencial es la situación política catalana, con un socialista como Salvador Illa al frente de la Generalitat, que ha reducido al mínimo la tensión. También ha mutado el papel de CaixaBank, que en 2020 acordó una fusión con Bankia para crear el mayor banco de España.
Según su último informe anual, la entidad bancaria cuenta con 631.000 millones en activos, 18,5 millones de clientes en España, 3.800 oficinas y 46.000 empleados. En 2017 el activo era de unos 300.000 millones, con 13,8 millones de clientes; la red de oficinas ascendía a 4.800 y la plantilla a casi 30.000 trabajadores. Ya no es un banco eminentemente catalán, sino que está muy presente, por ejemplo, en Madrid o la Comunidad Valenciana. También es propietario de un banco portugués, BPI.
Un portavoz de la entidad justifica la decisión de mantenerse en Valencia precisamente por la absorción de Bankia. Así se acordó con la fusión, dado que era un territorio neutral, lejos de los polos contrapuestos de Madrid y Barcelona. La Comunidad Valenciana era, además, un área de fortaleza de ambas entidades, toda vez que CaixaBank había adquirido el Banco de Valencia (junto a Banca Cívica y el negocio minorista de Barclays en España) y Bankia incluía Bancaja y BMN y, de hecho, también tenía su sede social en Valencia. De forma salomónica situó dos sedes operativas en Madrid y en Barcelona.
El consejero delegado del banco, Gonzalo Gortázar, ya salió al paso en la última presentación de resultados anuales del alud de rumores sobre si iba a dar seguimiento a la decisión del Banco Sabadell, que retornó a Cataluña en enero. “No hay ninguna novedad en este aspecto, es una decisión de carácter indefinido. Seguimos en Valencia, es la voluntad del consejo (…) Estamos donde queremos estar”, aseguró. Entonces, el primer ejectivo subrayó que la entidad tiene “vocación de permanencia” en la ciudad. Esa vocación de permanencia se traduce en que, según explican desde el banco, no maneja ningún plazo para su traslado.
A ello se añade la complejidad que entraña el negocio bancario. El establecimiento de la sede social no tiene más trascendencia que lo simbólico (básicamente, celebrar en ese lugar las juntas de accionistas), pero lo cierto es que lo simbólico tiene un valor enorme en banca. El negocio bancario se basa en la confianza, en que los clientes entiendan que legar su dinero en una entidad es seguro, por lo que cualquier vaivén político o económico no hace sino tensionar el negocio. En 2017, el banco trasladó la sede ante el temor a que, en caso de consumarse la independencia de Cataluña, esto les colocase fuera de la Unión Europea y del paraguas del Banco Central Europeo. O por la posibilidad de que este temor se extendiese entre los consumidores, acudiesen a sus oficinas a retirar masivamente sus depósitos y el banco pereciese víctima de una crisis de liquidez. Al no trasladar la sede ahora a Cataluña, la entidad se desliga totalmente de las circunstancias políticas, ya sea de tensión o de distensión.
Todo esto coincide con un momento clave en CaixaBank. Cuatro años después de culminar la toma de Bankia, trata de digerir antigua Cajamadrid. En noviembre dimitió el presidente, José Ignacio Goirigolzarri, que fue relevado por Tomás Muniesa, uno de los representantes de Criteria en el consejo, pero perdiendo las funciones ejecutivas. En el último consejo de administración no renovaron en el cargo los otros tres representantes procedentes de Bankia (Eva Castillo, Joaquín Ayuso y Francisco Javier Campo). De esa manera, se ha renovado un tercio del consejo de administración, si bien aún queda por elegir al nuevo vicepresidente. Solo queda en el consejo procedente de Bankia Teresa Santero, la representante del FROB.
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